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PUNTOS DE DEBATE

Olimpiadas Pekín (Tibet) 2008

Fotografía
Por Elías SaidTiempo de lectura2 min
Opinión02-05-2008

Desde 1896, fecha en que dieron comienzo las Olimpiadas de la era moderna en Atenas, gracias al barón Pierre de Coubertín, los valores de respeto, paz, convivencia y tolerancia, a través de la sana competencia, han sido pilares que, cada cierto tiempo, se han tambaleado en función de los contextos geopolíticos imperantes en el país sede de esta magna cita. Han transcurrido más de 20 años desde los últimos juegos con riesgo de boicot, como resultado del empleo del uso de este espacio de sana deportividad como vitrina de diversas injusticias. Este verano seguramente nos tocará ver un nuevo capítulo de olimpiadas politizadas y, la verdad es que, por mi parte, creo que, salvando los anteriores ejemplos de Munich (1976), Moscú (1980) y Los Ángeles (1984) en plena Guerra Fría, no hacer uso de este escenario para recordar al mundo la situación del Tibet, el olvido de la Comunidad Internacional y el exilio forzado del Dalai Lama de su tierra tras la invasión China (1950), resultaría incomprensible; fundamentalmente por ser esta lucha la mejor escenificación de David y Goliat. Pese a los reiterados intentos de apagar la llama olímpica y los conatos de violencia en torno a su recorrido alrededor del mundo, el mensaje emitido por el Dalai Lama resulta claro y, por ende, una clara lección de consecuencia con su política de no violencia. Esta llamada a la paz del máximo dirigente budista, tan bien recibida por muchos de nosotros, y la presión internacional, están comenzando a influir en las autoridades chinas, a las que no les interesa lucir como intransigentes, más cuando están jugándose mucho en estos Juegos, tanto económica como políticamente. Al igual que el Tibet, muchos de nosotros nos sentimos identificados con por esta causa y la situación de este pueblo marcadamente pacífico, que solo ha cometido el pecado de ser vecino de China. Creer que los Juegos Olímpicos no entrañan una carga política implícita, me resulta una pobre estrategia por parte de aquellos que procuran reprimir las voces de quienes piden la vuelta de la independencia para este pueblo. Caminemos en los zapatos del Dalai Lama y mostremos al mundo que no solo la violencia sirve para llamar la atención, que no es necesario aplicar este tipo de estrategias. Hagamos sentir al Tibet, como su líder ha hecho desde 1950, sin necesidad de dar argumentos. De esta forma, los máximos responsables de los países y regiones poderosas no podrán acallar la justa causa de este pueblo. Mostremos que solo las banderas, eslóganes y acciones pacíficas de asistentes y deportistas, pese a ajustarse en el marco de competitividad sana, significan que el sentido crítico y la defensa de los valores individuales no son ajenos a este escenario, que ha tenido que tolerar cusas menos legítimas a lo largo de su historia. O es que ¿la igualdad, el respeto al otro, la convivencia y la tolerancia, tan en boga en este contexto olímpico, no están en juego con lo que acontece a este país y su gente?