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FILIPINAS

El ex presidente filipino Joseph Estrada, condenado a cadena perpetua

Por J. F. LamataTiempo de lectura4 min
Internacional16-09-2007

Este es el presidente Estrada que vuelve al palacio de Malacañán (sede presidencial filipina) tras una noche de juerga y el guardia le pide identificación; Estrada explica que no lleva nada, y que se ha dejado el pasaporte, pero que es el presidente Estrada. El guardia replica: “si no me da ninguna muestra oficial de ello que pueda corroborar, no le puedo dejar entrar”. Finalmente Estrada dice: “no se me ocurre nada”. El guardia se cuadra y afirma: “adelante señor presidente”.

Este popular chiste filipino de 2000 da una idea de la impresión que transmitía aquel actor de más de 120 películas que decidió desempeñar su papel estelar: el de presidente del país. Su nombre completo era Joseph Ejército Estrada, pero en Filipinas todos lo conocían como Erap, su nombre artístico, que pronunciado al revés “Pare” significa “colega” en tagalo. Bebedor, jugador y mujeriego no arrepentido, Erap alardeaba de querer a todos sus hijos ilegítimos. La tentación de dedicarse a la política era algo irresistible para él en un país donde es común encontrar a actores y presentadores de televisión ocupando primeros puestos en listas electorales. “Ya habéis probado a gente inteligente en el poder ¿y dónde hemos llegado? ¿por qué no probáis con uno de los vuestros”, fue uno de los lemas que Erap usó para ganarse el apoyo de una gran parte de filipinos en las elecciones de 1998 frente a los esfuerzos gubernamentales que dirigían la campaña del miedo contra Erap. El miedo no era a él, sino a los aparecían detrás, antiguos apellidos que habían apoyado en su día el régimen corrupto de Ferdinand Marcos, desde Danding Cojuangco hasta la propia viuda del dictador Imelda Marcos. Pese a ello, Estrada ganó aquellas presidenciales con la imagen del “amigo de los pobres” y se convirtió en presidente de un país de 80 millones de habitantes, cuya renta per cápita es de apenas 900 dólares, por un mandato que debería haber sido de seis años. Si bien Estrada no fue un tirano autoritario ni represor, igualó el nivel de corrupción hasta los niveles de Marcos, organizando fiestas de alcohol semanales en su Gabinete, el llamado gabinete de media noche, dando fastuosos palacios a sus amantes (todas iguales para que ninguna estuviera celosa) y desviando fondos para gastárselos en juego ilegal. Esta última acusación junto a la de recibir sobornos significó el inicio del proceso para destituirlo, encabezado por su propia vicepresidenta, Gloria Macapagal, y la ex mandataria Cory Aquino, que solicitaron del banco la cuenta en la que el presidente –con un nombre falso– había depositado dinero. Los banqueros dejaron aquella decisión en manos del Senado y, ante la sorpresa de todos, la Cámara Alta rechazo investigar aquel caso. Inexplicablemente, aparecieron como aliados de Erap senadores como el incorregible Gringo Honasan, el golpista que dirigió más de ocho intentonas militares en los 80 y que se había opuesto a todos los presidentes hasta entonces, o la otrora juez anticorrupción Miriam Defensor, que se oponía a una investigación, y es que los camaleones son frecuentes en la política filipina bajo la sombra del dinero. La oposición optó por sacar a Erap del poder mediante una revuelta popular como la que en 1986 derribara a Marcos. Joseph Estrada fue sacado del Malacañán el 20 de enero de 2001 y fue inmediatamente sucedido por Gloria Macapagal. Tres meses después, se iniciaba el juicio que terminó la pasada semana. “Es como en mis películas, el prota lo pasa mal al principio, pero gana al final”, dijo Erap al principio del proceso, pero este actor y político que se presentó como el Robin Hood que robaría a los ricos para dárselo a los pobres pasará a la historia como condenado a la pena mayor por haber interpretado al revés su último papel. La esperanza Fueron muchos los filipinos que dudaron de que el proceso contra Erap acabara en condena. Este resultado sin precedentes en el país, abre la esperanza a que la Justicia entre en la política filipina, dominada por la corrupción, aunque la cadena perpetua no es garantía, sirva como ejemplo la pena de 24 años contra Imelda Marcos, que no llegó a cumplir ni uno. Sin embargo, el panorama actual filipino no es demasiado mejor al del anterior presidente. Gloria Macapagal mintió al negar que se presentaría a la reelección para después hacerlo, siendo teóricamente anticonstitucional, y al inventarse golpes de Estado ficticios para justificar arrestos y la disolución de manifestaciones. Las sombras de corrupción han vuelto a través de sus negocios y los de su marido; la de soborno a través de senadores y gobernadores fieles; y la incoherencia a través de una oposición en la que ahora aparecen unidos nombres como Cory Aquino, Pánfilo Lacson, Gringo Honasan, herederos de Marcos o el propio Erap desde la cárcel. El paisaje no es muy alentador, pero tal vez esta condena sea el primer caso de otros muchos que vengan después. Siempre debe quedar lugar para la esperanza.