Esta web contiene cookies. Al navegar acepta su uso conforme a la legislación vigente Más Información
Sorry, your browser does not support inline SVG

TOROS

Un torero con nombre de Dios

Por Almudena HernándezTiempo de lectura2 min
Espectáculos27-03-2005

Había avisado. Apuntaba. Se le venía venir. Llegó el día en el que a Manuel Jesús El Cid no le falló la tizona. Quizás fue el apodo de guerrero legendario y de luchador hasta la muerte lo que le sirvió al torero sevillano para cruzar en volandas la puerta de las puertas de la Real Maestranza de Sevilla. Posiblemente estaba escrito. Se llama como el mismo Cristo y su día fue el Domingo de Resurrección.

Sea lo que fuere, el triunfo de El Cid en Sevilla el pasado domingo no se conoce desde que José Tomás abrió la Puerta del Príncipe en 2001. Un poco ha llovido, aunque este año el agua está por venir. Aunque, visto lo visto, si a El Cid no se le hunde el arca de la fortuna no habrá diluvio que le hunda. Sobretodo a la hora de pedir para ir, por ejemplo, a la Feria de San Isidro de Madrid. Si el año pasado entró en la corrida de la Beneficencia después de malograr un triunfo con la espada, este 2005 las cosas son distintas. Y lo son porque El Cid supo relajarse y entender a un toro de Parladé en el albero ovalado de Sevilla. A gloria de Resurreción le supieron, seguramente, los largos muletazos que despachó con la izquierda al animal. Lo mató y se ganó las dos orejas del astado. Y esta vez pudo saborear el triunfo sin el amargo trago de las lágrimas por haber fallado. Después, en el segundo de su lote, de Juan Pedro Domecq, consiguió el aval que le faltaba para ver de cerca el dintel de la Puerta del Príncipe Sevillana. Y no es de Ronda ni se llama Cayetano, aunque hay un torero maduro que acaba de debutar con picadores en la otra Maestranza que también apunta maneras. Pero al novillero le queda mucho camino, a pesar de apedillarse Rivera. Tendrá que demostar muchas cosas. Manuel Jesús El Cid ya lo está haciendo. Ahora le queda mantener aquello que el que tiene nombre de Dios toreó como los ángeles a orillas del Guadalquivir. Y lo hizo aquella tarde sin despeinarse -que es fácil en su frente despejada-, mientras las dos figuras del momento, Enrique Ponce y Julián López El Juli, quedaron para vestir santos. O para llevar la cruz, quién sabe.