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ANÁLISIS DE CULTURA

La patata caliente

Fotografía

Por Marta G. BrunoTiempo de lectura4 min
Cultura01-06-2016

“No existen ya problemas importantes que sean exclusivamente alemanes o incluso exclusivamente europeos. Tendremos que aprender a pensar y a actuar en términos mayores. (…) No deberíamos pensar que ciertos países están lejos de nosotros y por tanto no nos interesan”. Konrad Adenauer, padre fundador de la Unión Europea, ya ilustraba en 1955 con cierta predicción casi de corte astrológico lo que nos ocurriría. Han pasado 65 años de la firma del Tratado que hizo que este continente sacara pecho y los acontecimientos y la forma con la que la Unión Europea los está afrontando están haciendo tambalear los cimientos hacia lo que muchos ya se atreven a denominar déficit democrático.

El primer gol llegó con la crisis económica. Son cada vez más las voces que auguran que la próxima burbuja no será inmobiliaria, sino fruto de la política monetaria expansiva de Mario Draghi, que tras la catástrofe de 2011 hizo respirar a los mercados pero no borrar de un plumazo uno de los verdaderos problemas europeos, un bajo crecimiento que según el Fondo Monetario Internacional no superará el 1,5% este año. El Banco Central Europeo compró el año pasado deuda por valor de 60.000 millones de euros al mes. A partir del mes pasado, 80.000 millones. El problema europeo se llama deuda y aún no lo queremos terminar de ver. ¿Alguien se acuerda de los eurobonos? La falta de acuerdo en debates como este demuestra que no hay una verdadera unión monetaria. Y aprobamos por la mínima al afrontar el drama griego, portugués y –casi– español. 

El segundo gol ha llegado desde fuera. El poeta y ensayista alemán Hans Magnus Enzensberger es duro en Ensayos sobre las discordias. La caída del Muro de Berlín y los 27 años que nos separan de aquel acontecimiento histórico demuestran que tampoco hay una real unión social. Como asegura el alemán, “el egoísmo de grupo y la xenofobia son constantes antropológicas anteriores a cualquier otra forma social conocida”.  El iusnaturalismo que defendía John Locke, según el que los seres humanos gozamos de unos derechos innatos e inviolables como la vida, la libertad o la propiedad y la consecuente teoría pactista quedan ensombrecidas por las consecuencias de esos mismos derechos defendibles hasta el último extremo. Somos egoístas por naturaleza porque somos tan libres como defendía Adam Smith. Decir lo contrario es caer en una torpeza que confunde la unión para en realidad maximizar nuestras libertades individuales con otra suerte de utopías falsas.  Y ese egoísmo nos lleva a poner por delante nuestra seguridad individual.

 El ejemplo es tan claro como nuestra parálisis en la política de gestión de la llegada de refugiados. “Los movimientos migratorios a gran escala siempre desembocan en luchas de reparto”. Creímos vivir en un continente en el que ya no existían las fronteras, sin pensar en lo que podría ocurrir fuera. Ahora, sin embargo, el desembarco de más de un millón de migrantes en Europa en 2015 ha dejado ver el lado más hipócrita del multiculturalismo de portada. No es cuestión de insolidaridad, sino de incapacidad.

 Tan solo cuando ocurren grandes desgracias vemos las orejas al lobo. Pero hace demasiado tiempo que no las vemos. Y ahora que el tercer gol se llama “brexit” volvemos a comprender que los discursos de los padres de la Unión Europea, aunque anticipativos en ocasiones, eran demasiado optimistas.

España, que ya ha hecho buena parte de los deberes, aún acumula una deuda de más del 100% del PIB porque quizás el gasto no ha llegado por la vía correcta. La respuesta se traduce en una maleta con ajustes de 8.000 millones de euros para el que tome el testigo y una posible multa de la que el actual Gobierno no quiere ni oír hablar ni sus competidores por descontado. ¿Son las normas de la Unión Europea demasiado restrictivas? ¿o hemos hecho caso a medias? ¿Dónde está la neutralidad de nuestros instrumentos estatales? De momento repetimos elecciones con el costeo que ello acarrea. Y de eso Europa toma nota. Los españoles, para variar, miran la pelota como si de un partido de tenis se tratara. Y una patata caliente llamada Unión Europea que nadie quiere gestionar.

Fotografía de Marta G. Bruno

Marta G. Bruno

Directora de Cultura de LaSemana.es

Licenciada en Periodismo

Estudio Ciencias Políticas

Trabajo en 13TV

Antes en Intereconomía TV, La Razón y Europa Press