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CREAR EN UNO MISMO

Melancolía: anhelo de plenitud

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión07-11-2011

La persona melancólica sufre una tensión constante entre la realidad que vive y un anhelo de excelencia. Guardini escribió en sus Apuntes para una autobiografía que la melancolía es el lastre que da a la embarcación su calado. Sin ella, es fácil quedarnos en la superficie de lo ya dado; es difícil vivir con hondura. Cuando la melancolía nos gobierna, corremos el riesgo de huir hacia ensoñaciones que nos apartan de la realidad, sean evocaciones de supuestos tiempos mejores o realidades paralelas o alternativas, muchas veces alentadas desde la droga, el aislamiento, el consumo o la depresión. Cuando la vida no responde a nuestras expectativas, es fácil el extrañamiento de nosotros mismos e, incluso, la autodestrucción. La consecuencia es el desamor, pero la causa suele ser un amor apasionado a la realidad que nos rodea y que no vemos correspondido. Por eso, la respuesta al espíritu melancólico no puede darse en el plano material, ni siquiera en el psicológico. Sólo puede encontrarse en el ámbito de lo espiritual: “La melancolía es la inquietud del hombre ante la vecindad de lo Eterno. Dicha y amenaza a la par” (de nuevo, Romano Guardini). Sólo desde esa seguridad e intimidad con los valores, los ideales y la trascendencia puede el espíritu melancólico dar lo mejor de sí mismo. Sólo así logra vincular lo cotidiano y lo extraordinario, lo sencillo y lo hermoso, y su acción concreta con un eco de eternidad. Entonces el pasado se actualiza en poesía (“cualquiera tiempo pasado fue mejor”) y el mundo paralelo en propuesta de futuro (Nunca Jamás, Detrás del Espejo, La historia interminable, El Principito). Cuando alcanza esta comprensión de sí mismo, el espíritu melancólico, sin abandonar su nueva soledad, ahora sonora, busca perfeccionarse sin cesar, recupera el amor por la acción bella y la obra bien hecha; conversa creativamente con los antiguos y actualiza la grandeza del hombre; aprende a ver lo que es invisible a los ojos y regala esa visión a los demás. Cuando el espíritu melancólico descubre que su sufrir tiene sentido, empieza a crear en sí mismo y regala su creación a los demás.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach