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SIN CONCESIONES

Respeto entre catalanes

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura4 min
Opinión10-10-2017

El independentismo ha perdido el monopolio. Nunca fue la fuerza social mayoritaria en Cataluña. Pero durante cinco años lo parecía. Año tras año, Diada tras Diada, las únicas manifestaciones que recorrían las calles de Barcelona estaban plagadas de banderas esteladas y de proclamas por la secesión del resto de España. Eso terminó. El 8-O ha mostrado otra realidad que estaba oculta, callada por miedo a discrepar y adormecida en sus casas con creencia de soledad. Esa mayoría silenciada por la apisonadora del pensamiento único nacionalista ha despertado, ha alzando la voz y ha proclamado su fervor a España y a la vez a Cataluña, así como a la unidad de la Historia que comparten desde hace más de cinco siglos. Es la resurrección de un sentimiento que se sabía vivo pero algunos creían fallecido. Como en el chiste del billete de 500 euros, era evidente que en Cataluña existía una multitud en contra de la independencia y a favor de la unidad de España, aunque ciertamente nadie la había visto expresarse públicamente.

La mayoría silenciada por la apisonadora del pensamiento único nacionalista ha despertado

El éxito de la manifestación organizada por Sociedad Civil Catalana supone un espaldarazo de ánimo e ilusión para quienes desean permanecer unidos al resto de España. No están solos. Al contrario, son muchísimos. Pero esta realidad cambia poco o nada el escenario político, judicial, económico y social de Cataluña. El político está dominado por el desvarío independentista de Carles Puigdemont, a quien sus delirios de grandeza le empujan a cometer toda clase de ilegalidades para pasar a los libros de Historia, y por la irracionalidad de la CUP. El judicial avanzará tan lento como un caracol pero tan sólido como un elefante en la persecución de los delitos (incluido sedición) que los independentistas ya han cometido y van a seguir cometiendo con tal de creer que hacen realidad su sueño. El económico es la cascada de fugas empresariales que huyen despavoridas ante la declaración unilateral de independencia y su consiguiente salida del euro y el mercado único comunitario. El social, que es el menos relevante a corto plazo pero el más trascendente a largo, resulta fundamental para resolver este conflicto.

El independentismo ha perdido la batalla de la calle y va a perder el resto de la guerra por la secesión. Sin embargo, en todas las confrontaciones (sin necesidad de que sean bélicas) hay heridos y en esta hallamos tres personajes moribundos y en serio peligro de extinción. El primero es la verdad, primera víctima de cualquier enfrentamiento. Pocos catalanes buscan la verdad a estas alturas. Sólo quieren ratificarse en sus pensamientos y desprecian cualquier elemento que no encaje al milímetro con sus prejuicios. El segundo es el respeto, un valor esencial para siquiera poder mirar a los ojos al de enfrente, no digamos ya para hablar con él o para tratar de buscar acuerdos. El independentismo ha sembrado tanto odio que la mirada predominante es de desprecio hacia quien se siente español. El tercero es la convivencia, factor esencial en democracia y en cualquier comunidad de personas, bien sea la del bloque de vecinos o la mismísima familia.

La verdad, el respeto y la convivencia corren serio peligro de extinción en Cataluña

En los próximos días van a producirse hechos aún más dramáticos que los vividos recientemente. Cada uno de ellos tendrá una respuesta igual o de mayor contundencia. Por encima de todo debe prevalecer el orden constitucional y la aplicación del Estado de Derecho que sustenta la democracia española. Pero todo eso no solucionará el verdadero problema de fondo: la fractura social. El independentismo sí ha ganado la guerra del odio y la división. Ha sembrado tanto desprecio hacia lo español que harán falta décadas de curación para sanar el peor de todos los males. Aunque los políticos encuentren el modo de sellar la paz entre ellos, los ciudadanos deberán coser alianzas contra los reproches y contra los prejuicios. Será una reconstrucción ciudadana pueblo a pueblo, calle a calle y puerta a puerta. Hay una mayoría silenciada que, pese a la opresión a la que estaba sometida, ha demostrado capacidad de escucha, de respeto y, por supuesto, de aguante. El secesionismo debe hacer gala del mismo respeto, olvidar sus utopías y facilitar que se recupere la armonía y la paz. Basta ya de trincheras ideológicas y de revanchas aún más sangrientas. Dicho así, puede sonar a ingenuidad. Sin embargo, es la verdadera y única solución al problema de fondo originado por el independentismo y que sin duda va a trascender durante mucho tiempo a este desafío protagonizado por Artur Mas y Carles Puigdemont.

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito