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SIN CONCESIONES

El taxista solidario

Fotografía

Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura3 min
Opinión23-09-2016

Abro la puerta de un taxi y me quejo perplejo. A la vez que entro por la trasera derecha, el conductor echa el freno de mano y se baja por la delantera izquierda. "Espero, voy a ayudar a ese hombre", avisa. Vuelvo la mirada y advierto que en la acera, a dos metros, hay un vagabundo tirado en el suelo. Lleva el pelo sucio, larga barba, chaqueta de lana con un sol radiante y más de 25 grados. Apenas aguanta en pie y no puede levantarse por sí mismo. No tiene fuerzas y tampoco quiere soltar una bolsa de plástico en la que -imagino- porta sus escasas pertenencias. El taxista deja el motor del coche encendido y se apea sin pensarlo dos veces para socorrerle. Impulsado por su civismo y solidaridad, suelto mis papeles en el asiento y salto también. Cada uno agarramos de un brazo al hombre, que de cerca resulta mucho más jóven, posiblemente de nuestra misma edad. Sin dinero, en deficiente estado de salud y mal habla español. Otro chico, sano, grande y fuerte, se acerca a nosotros. Trabaja a escasos metros en un hospital y se ofrece a llevar al vagabundo para que le atiendan. El taxista le da las gracias y regresa a su lugar de trabajo para que este servidor pueda continuar con el suyo.

Acostumbrado al individualismo urbano y egoísmo laboral, el altruismo me deja perplejo por poco frecuente
"Perdona", comienza la conversación el conductor. "Ese hombre necesitaba ayuda. No podía dejarle ahí tirado". Acostumbrado al individualismo urbano y al egoísmo del mundo laboral, el altruismo del taxista me deja casi perplejo por poco frecuente. Me cuenta que no es la primera vez que le ve, que días atrás ya rondaba la zona y que supone se encuentra en tratamiento. "Si no hacemos cosas así, ¿qué va a ser de este mundo?", añade para justificar un supuesto retraso al atenderme con el taxi. Mis ojos ni pestañean. Este joven acaba de demostrar que tiene un corazón de oro y encima pide disculpas por hacerme esperar dos minutos. "A todos nos gustaría que nos ayudaran si estuviéramos en una situación así", respondo con la voz entrecortada. "Claro, nos puede pasar a cualquiera. Mañana podemos ser uno de nosotros", apostilla el taxista. "Entre todos debemos construir un mundo mejor".

Es posible cambiar el mundo entero si cada uno empieza por mejorar el pequeño mundo que le rodea
Me cuenta que vive en Aluche. Hace unos meses encontró en la calle a un hambriento que había perdido todos sus bienes por la crisis económica. De tener trabajo y casa había pasado a dormir en la calle y pedir dinero para comer. Le dio una ayuda pero, sobre todo, corrió la voz por el barrio. Contó la historia de aquel hombre a amigos y vecinos, que no dudaron en hacer lo mismo. Ahora, explica con satisfacción, esa persona ha encontrado trabajo y vive de alquiler. Es un milagro obrado por la bondad de un taxista al que supongo católico porque lleva el parabrisas repleto de estampas de la virgen y que en apenas 15 minutos ha demostrado más cristianismo que muchos de los que asistimos a misa todos los domingos y donamos parte de nuestro sueldo a Cáritas. Puede parecer un héroe de la ciudad pero es un joven de lo más sencillo, convencido de que es posible cambiar el mundo entero si cada uno de nosotros empieza por mejorar el pequeño mundo que nos rodea. Ese espíritu fue el que le hizo bajar del taxi para ayudar al vagabundo y el que me contagió sentado en el asiento de atrás. Si mañana o pasado le encuentras por Madrid, toma nota de Juan Ramón. No es un conductor más. Es un ejemplo de vida hacia los demás que todos debemos imitar.

Fotografía de Pablo A. Iglesias

Pablo A. Iglesias

Fundador de LaSemana.es

Doctor en Periodismo

Director de Información y Contenidos en Servimedia

Profesor de Redacción Periodística de la UFV

Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito