CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
El sí a la libertad de expresión
Por Álvaro Abellán
2 min
Opinión01-02-2004
La noche mágica del cine se convirtió por segundo año consecutivo en la noche de la estrecha política maniquea y superficial. Los discursos, tan planos como siempre, dieron banal entretenimiento a un año de cine sin mucho que recordar, salvo la merecida triunfadora de la noche -Te doy mis ojos-. “Esta vez la culpa no fue de los actores” dirán algunos. Pero conviene ahora recordar quién encendió la mecha, aunque la cabeza visible de los pseudoactores políticastros dimitiera poco antes de esta gala y agachara la cabeza con la prudencia que le faltó hace un año. Este año, el gran discurso de la presidenta, aplaudido además por periodistas desorientados, contenía simplezas del tipo “no al terrorismo, pero sí a la libertad de expresión”. Como si los cientos de manifestantes que esperaban fuera -verdaderas víctimas, aunque tengan menos voz- opinaran lo contrario. Lo que ocurre es que los cientos de manifestantes saben lo que parece ignorar el mundo del cine: que los derechos fundamentales tienen un orden y que el derecho a una vida digna exige que se limiten determinadas expresiones ni respetuosas ni veraces. “La libertad de expresión por encima de todo”, comentaba una periodista radiofónica a la que no insulto aunque ella me dé permiso. Pues debo discrepar: libertad de expresión, sí; cuando quien se expresa es responsable. Ese pero a la libertad de expresión es tan vital como el sí, pues dónde queda el sentido de esa libre expresión cuando quien se expresa abusa de su derecho al dar una visión sesgada de una realidad que afecta a la vida y dignidad de miles de personas. El “pedo” que pensaba coger aquella noche uno de los premiados -tal y como confesó ante las cámaras- y otros ejemplos igual de enriquecedores culturalmente, aderezan la vergonzosa imagen de unos pseudoartistas que harían bien si se ocuparan de lo que se supone que saben -creación artística- y abandonaran pretendidos aires de intelectualidad que les quedan demasiado grandes. No sé si entonces empezarían a llenar las salas, pero al menos dejarían de hacer el ridículo.