CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
Dalai Lama
Por Álvaro Abellán
3 min
Opinión12-10-2003
Las portadas de los periódicos nacionales y sendos editoriales de los dos de mayor tirada en España denunciaron un hecho insólito: la soledad institucional en su quinta visita a España del Dalai Lama, jefe de Estado en el exilio, Premio Nobel de la Paz y referente moral y espiritual de millones de personas. Sólo el juez Garzón, abanderado de las causas imposibles y amigo de las acciones que puntúan para el Nobel de la Paz (premio para el que se autopostula), se dignó a apadrinar esta visita. Diversas razones pueden acentuar la soledad y aislamiento institucional del Dalai Lama en España. Algunos apuntan a las inconsistencias y debilidades de la política exterior de Aznar. Otros a la presión de China, pues es cierto que el tiránico Gobierno comunista ha tratado de coaccionar incluso a las instituciones privadas que han organizado los diversos actos del Dalai Lama en España. Se me ocurren otras, como la pragmática proyección internacional de Aznar, quien ha olvidado su cargo actual -delega ya casi toda la gestión interior en Rajoy-, centrado en buscar aliados no naturales, pero tan poderosos en el presente (EE.UU.) y futuro (China e Hispanoamérica) de la política y economía internacional. Y otras igual de pragmáticas: recibir al Papa con honores suma votos; aislar al Dalai Lama no los resta. El Dalai Lama no quiso hablar sobre esta situación, ni hizo un discurso peligroso para quienes de han abierto sus puertas -ante la injusta y sangrienta represión que sufre su país, sólo pide cierta autonomía y el respeto de los derechos humaos y la identidad cultural y espiritual de su pueblo-. Sólo. En este sentido, fue más prudente que el propio Garzón, quien insistió en la necesidad de Tribunal Penal Internacional, institución que acabaría -según el juez estrella- con el ominoso silencio del genocidio chino contra el Tíbet. La considerada XIV reencarnación del Buda de la Compasión sólo desaconsejó la eutanasia activa y la investigación con células madre. Y recordó varias máximas espirituales ambiguas que contentan a los corazones postmodernos: “Lo material son esperanzas falsas, los factores externos no dan todas las respuestas”; “la ética secular respeta las distintas fes y las no fes, a los creyentes de cualquier religión y a los no creyentes con ética. Todos queremos una sociedad feliz, por eso necesitamos una ética secular. Eso da apertura y libertad”. Lanzó, no obstante, un dardo contra un ecumenismo mal entendido como una religión a la carta: “Unir religiones no es mezclarlas”, “hay gente que es cristiana un par de años, luego budista otros dos, después musulmana y al final no es nada”. No obstante, la soledad institucional debe de dolerle mucho menos que la otra. La soledad de este anciano que lleva desde los 15 años explicando el dolor de su pueblo y siempre se encuentra rodeado de famosos de medio pelo, comprometidos con causas terrenales y vanidosas y beneficiados por la foto junto la sonrisa de este Lama siempre compasivo y agradable. La soledad de quien es consciente de los intereses de los individuos llenos de ego que rodean y le agasajan sin mover un dedo por la injusticia del pueblo tibetano, sumida en uno de los silencios más dolorosos e injustos de la historia reciente. Su soledad, y su entereza, al atender a las inquietudes vanas de estas personas mientras su pueblo se extingue minuto a minuto. Su soledad y su sonrisa, compasiva. Aun para aquellos que dicen amarlo sin comprenderle, aunque él se empeñe en predicar con el ejemplo. Una soledad que es cruz humana y recuerda aquella otra divina, pronunciada en otra cruz, de leño y clavo: “Perdónales, Señor, porque no saben lo que hacen”.