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ANÁLISIS DE CULTURA

La obsesión por recordar

Fotografía

Por Marta G. BrunoTiempo de lectura3 min
Cultura05-10-2017

Un día antes de conocerse el nombre del nuevo Nobel de Literatura todos nos lanzamos con nuestras apuestas. Y de nuevo caímos en la vieja trampa de los candidatos fijos. ¿Por qué lo son? Piensen por un momento y sin desmerecer su calidad narrativa ¿realmente la eterna apuesta Murakami merece el galardón? ¿Por qué pensamos en Eduardo Mendoza o Javier Marías cada año y siempre fallamos? Porque las cosas para el Jurado han cambiado.

 Porque es de aplaudir que no sea la estricta fama la que merezca otorgar un galardón cuyo nombre es ya sinónimo de cima literaria. Y aplaudo el lavado de cara de la Academia sueca que decidió premiar en 2015 a la bielorrusa Svetlana Alexiévich, porque con su prosa no sólo narraba historias profundas y entretenidas, sino que construyó un valioso monumento sobre el sufrimiento humano para que ninguno de nosotros nos olvidáramos del drama de la antigua URSS, de Afganistán o de Chernóbil, conflictos que nos han tocado muy de refilón y que sólo voces autorizadas como la suya son capaces de trasladar a la población. Dado que no todos los Nobel de la Paz han merecido su premio, no está de más valorar estas virtudes en la categoría literaria. 

Svetlana Alexiévich construyó un valioso monumento sobre el sufrimiento humano
 El olvido. La memoria. Nuestro cerebro tiende a desechar los malos recuerdos en un baúl oscuro y oculto, un mecanismo hábil para dejar atrás imágenes desgarradoras pero a la vez traicionero, porque provoca que siempre tropecemos con la misma piedra. Y esa es la obsesión de Kazuo Ishiguro. Construye personajes no sólo a raíz de la gente a la que conoce en el paso del tiempo, sino gracias al poder de la memoria. La memoria social. Esa es la que peor recordamos como país, porque las nuevas generaciones al fin y al cabo conocemos lo que vivieron nuestros antepasados con pinzas que muchas veces están manchadas de interpretación y del imaginario colectivo. Contamos a nuestros hijos no ya cómo somos, sino que construimos un boceto de cómo nos gustaría que la realidad fuera.

Construye personajes no sólo a raíz de la gente a la que conoce en el paso del tiempo, sino gracias al poder de la memoria
 

El fin de los grandes conflictos suele poner el contador a cero, desterrando todo lo anterior durante un tiempo, memoria social en la que se incluye el arte. El aroma a intereses que guarda el término “memoria histórica”. En este país conocemos mucho de todo ello, heridas creíamos selladas escribimos todo lo que quisimos y más durante 40 años pensando que la costra ya se había caído. El cerebro social volvió a jugarnos una mala pasada. Estados Unidos creyó haber superado el racismo hasta que este verano Charlottesville sonó como un mazazo a la convivencia y respeto.

 Ishiguro trata de retrasar al máximo “la decadencia inevitable” de la humanidad. Por eso trata por todos los medios de evitar que la bruma se lo lleve todo. Y sin quererlo, ha conseguido que los que le han leído nunca olviden sus narraciones para, al fin y al cabo, seguir siendo lo que siempre fueron.

Fotografía de Marta G. Bruno

Marta G. Bruno

Directora de Cultura de LaSemana.es

Licenciada en Periodismo

Estudio Ciencias Políticas

Trabajo en 13TV

Antes en Intereconomía TV, La Razón y Europa Press