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ANÁLISIS DE ESPAÑA

La verdad como antídoto

Fotografía

Por Alejandro RequeijoTiempo de lectura3 min
España14-11-2016

“¿Qué es lo que más te molesta de una persona? La mentira, la falta de sinceridad”. La respuesta es casi siempre inmediata, como cuando a una Miss se le pregunta por un deseo y acude robóticamente a pedir la paz mundial. Alguien debió poner de moda en su día el rechazo universal a la mentira y ahí se quedó para siempre, a pesar de que empiezan a acumularse las evidencias de que se trata de un mito más a desmontar. Lo demuestra la victoria de Trump, penúltimo síntoma del auge de los populismos del que España no está exenta. El populismo se vale de la mentira en sus discursos, pero sobre todo de la renuncia consciente de sus partidarios a asumir el reto de enfrentar sus creencias a la verdad. Es decir, se sirve de que a la gente no le importa que le mientan siempre y cuando esa mentira sirva a sus intereses personales. Los teóricos hablan ya de la era de la postverdad.

Y es que no faltan en nuestros días sexadores de populismos que andan a vueltas para encontrar una definición consensuada del fenómeno en el que hay quien encaja a Trump, Le Pen y Pablo Iglesias. No parece que la RAE en este caso vaya a ser de gran ayuda cuando lo describe como “tendencia política que pretende atraerse a las clases populares”. Pues vale. Lo que sí que unifica los discursos populistas, independientemente de la ideología que los practique, es su dificultad para aguantar el filtro de la verdad. Cuando a los populistas se les somete a una mínima exigencia de rigor, rápidamente se llega a la conclusión de que el rey va desnudo. Lo que hay que tener es coraje para despojarse del sentimiento o la afinidad ideológica y aceptar la realidad, que a veces es contraria a los deseos de uno. La victoria de Trump y el auge de los populismos en toda Europa nos interpela a todos desde el punto de vista de la responsabilidad individual y a los medios de comunicación por no haber sido capaces de hacer valer la verdad por encima del sentimiento.

Eso, que tiene mucho que ver con la crisis de los medios tradicionales y las nuevas formas de acceder a la información (hoy leer más de 140 caracteres resulta un acto heroico), se acrecienta cuando los periodistas renunciamos a nuestra obligada labor como fiscales de la verdad para convertirnos en meros altavoces de las consignas de otros sin someterlas siquiera al requisito mínimo de la repregunta. Queremos ser imparciales y acabamos convertidos en cómplices. Desde la distancia que conceden unas comillas, nos limitamos a reproducir declaraciones y que sea la gente la que juzgue. Si y no. Por la misma razón por la que los vídeos de Estado Islámico no deben ser difundidos sin más, las consignas políticas tampoco deben prescindir nunca de la mano del periodista a la hora de advertir sobre sus lagunas o falsedades. Para eso, claro, no vale cualquiera y asumir esto ya supone una reivindicación de la labor del periodista, hoy día tan denostada junto a otros sectores señalados como parte del establishment. Es necesario honradez, conocimiento, experiencia, fuentes, trabajo, valentía, libertad… no es fácil, pero nadie dijo nunca que lo fuese. Lo que es fácil es renunciar a intentarlo. Y es mucho lo que hay en juego.

Fotografía de Alejandro Requeijo

Alejandro Requeijo

Licenciado en Periodismo

Escribo en LaSemana.es desde 2003

Redactor de El Español

Especialista en Seguridad y Terrorismo

He trabajado en Europa Press, EFE y Somos Radio