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IMPRESIONES

El libro: ¿objeto o instrumento?

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura4 min
Opinión03-06-2015

Crecí con la idea de que no se debe subrayar un libro. La regla no era absoluta, puesto que los libros de texto, los libros del cole, podían subrayarse para facilitar el estudio… siempre y cuando el libro no fuera a ser heredado años después por mi hermana o quien sabe quién. También podían subrayarse suavemente con un lápiz, con la promesa de borrar el subrayado una vez utilizado el libro para un estudio o un trabajo concreto.

La regla no me disgustaba: yo leía muchos cómics y jamás se me hubiera ocurrido profanar ese arte con mis garabatos. Supongo que hice una analogía rápida: la letra impresa en un libro, como las viñetas del tebeo y los cuadros de un museo, eran obras geniales que no podían contaminarse con la grosera expresión de un simple mortal. También temía que mis subrayados en los libros contaminaran el encuentro de un fututo lector –o de mí mismo, años después– con la claridad inmaculada de la obra original.

Reconozco que dura nte mi etapa universitaria mantuve a medias aquel puritanismo. Muchas veces compraba los libros que recomendaban o exigían los profesores, los fotocopiaba y subrayaba las fotocopias. De esa forma mantenía inmaculado el original al tiempo que me permitía el lujo de trabajar sobre los textos, es decir, de dialogar cordialmente con los autores, subrayando los aciertos compartidos, discrepancias, dudas, genialidades, etc. Empecé a distinguir entre el libro como objeto –casi como obra de arte– y el libro como instrumento del trabajo intelectual.

Sufrí una profunda conmoción, y una radical conversión, cuando supe que uno de mis maestros universitarios trabajaba todos sus libros con un lápiz de dos colores: azul y rojo. Usaba el azul para marcar las ideas o acontecimientos fundamentales –según el género del libro– y el rojo para marcar ejemplos, autores o divagaciones significativas. De esa forma, podía releer sus azules captando de nuevo el esq ueleto de la obra; y podía buscar entre los rojos los fogonazos y concreciones relevantes que de otra forma quedarían perdidos. Desde entonces, con variantes, he adoptado ese sistema, que sabría aplicar sin esfuerzo hasta en los prospectos de los medicamentos. Me he convertido, sin remedio en un profesional de la vida intelectual, de forma que todo escrito es para mí, inevitablemente, instrumento intelectual.

Hace algunos años mi mujer me contagió el virus del amor al libro ilustrado. Eso ha reforzado mi percepción del libro como objeto de arte, aquella que ya tenía de niño y que ha mantenido viva la vocación tardía de mis padres como maestros encuadernadores. Cuando tuve entre manos una preciosa edición ilustrada de Alicia en el país de las maravillas y mi cabeza me ordenó “Coge tu lápiz de dos colores”, me di cuenta de mi enfermedad. No podía leer sin mi lápiz. Pero usar el lápiz volvía a ser, como antaño, un sacrilegio.

Hace unas semanas estuve en casa de un gran hombre. Tenía una biblioteca imponente. No por el tamaño –era grande, pero menor que la mía–, sino por las obras y por su disposición. Me di cuenta de que para él la biblioteca era un símbolo y que algunos libros concretos –por su antigüedad y su contenido– eran también símbolos. En cierto modo, lo son también para mí. Pero en el caso de esta persona los libros eran tan simbólicos que supe pronto –la razón no viene al caso– que no los ha leído.

Algo similar ocurrió con la aparición de las universidades. Hasta el siglo XXII los libros eran para el conjunto de la sociedad, sobre todo, un símbolo. De ahí que fueran auténticas obras de arte, más admiradas que leídas. En el siglo XIII, las corporaciones estudiantiles exigían que el libro fuera un instrumento de trabajo intelectual. El libro se popularizó, se abarató fue ese signo de los tiempos el que pedía a gritos la aparición de la imprenta.

Hoy, 500 años despué s, las nuevas tecnologías y la sociedad audiovisual hacen peligrar la supervivencia de la industria del libro. Pero la industria del libro no es el libro. El libro –no el e-book, el libro– está recuperando su todo su poder simbólico. Será status. Será arte. Será símbolo. Pero será objeto. Y será instrumento.

Fotografía de Álvaro Abellán

$red

Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach