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CREAR EN UNO MISMO

El veloz murciélago hindú

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión17-04-2012

Re-conocer es re-descubrir y re-descubrir es de las experiencias humanas más gratificantes que tenemos ya desde muy pequeños. Hay algo entre mágico y desconcertante en la capacidad que adquirimos para prever lo que va a pasar en un relato o cuento ya conocido. Hay algo sorprendente en el hecho de descubrir cosas nuevas en lo que ya dominamos como archisabido. Hoy caí en la cuenta de que “reconocer” es un palíndromo. Es decir, que se lee igualmente de izquierda a derecha que de derecha a izquierda. Me viene muy bien, porque me sirve para ilustrar cómo, al reconocer una realidad, el movimiento siempre es doble: de la realidad hacia nosotros y de nosotros hacia la realidad. Hoy reconocí algo que estudié en su día; y recordé lo bien que lo pasamos varios compañeros de clase tratando de superar el modelo: “El veloz murciélago hindú comía feliz cardillo y kiwi. La cigüeña tocaba el saxofón detrás del palenque de paja”. Ambas frases conforman un pangrama, es decir, un texto que usa todas las letras del alfabeto con el menor número de repeticiones posibles. Se usan mucho en edición digital, para poder comprobar de un vistazo una tipografía de letras completa. No logramos superarlo, su brevedad y plasticidad nos subyugaron; pero las tentativas nos inspiraron diversos relatos y llenaron de carcajadas, tensión y sana competencia creativa muchas horas muertas. Hay otra forma de reconocimiento que no tiene que ver con las cosas, sino con las personas, y que uno no puede hacerse a sí mismo. Es muy difícil que seamos capaces de reconocernos como valiosos para otras personas; o que seamos capaces de reconocer el valor que les aportamos. O nos lo muestran, o nos lo reconocen, o siempre nos quedará la duda. Y hay pocas experiencias más duras que las de creer que no servimos para nada, que podemos borrarnos y nada se perdería (quizá, incluso, que todo sería mejor para todos sin nosotros). Reconocer a otro es una habilidad personal y de liderazgo tremendamente subestimada. Es tan sencilla de ejecutar que olvidamos su importancia y la sustituimos por el peloteo. Pero la auténtica acción de reconocer algo en otro es más luminosa que la de descubrir un palíndromo, además de ser mucho más enriquecedora para quien reconoce y para el reconocido. Un buen reconocimiento nos permite poner en palabras los valores, los talentos, las aportaciones y las cualidades constructivas que las otras personas están ofreciéndonos como amigos o compañeros. Un buen reconocimiento a tiempo rearma el valor, despierta o confirma vocaciones, alienta en las dificultades, enciende el ánimo e ilumina el sentido de nuestra determinación en una situación concreta. Reconocer a alguien es devolverle con palabras gratas lo que nos ha dado; le hace crecer, y nos hace crecer a nosotros, al hacernos portadores de su propia grandeza.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach