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CREAR EN UNO MISMO

¿Que qué tienes que hacer?

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión12-03-2012

“13:5…h. Está demasiado oscuro para escribir aquí, pero trataré de hacerlo a ciegas. Parece que no hay ninguna posibilidad, o un 10 o un 20 por ciento. […] Hola a todos, no desesperéis”. Son las últimas palabras anotadas por el teniente capitán de Navío ruso Dimitry Kolesnikov a bordo del submarino hundido Kursk. La nota recoge la altura moral con la que aquel soldado afrontó sus últimos minutos, debatido entre la escasa esperanza de un rescate incierto y la casi certeza de que moriría encerrado en un casco metálico en las profundidades del océano. Geordie Bunting, de la Marina Real Australiana, recordó la nota cuando el agua empezó a entrar por el caso de la sala de máquinas del Dechaineux. En sólo 10 segundos, el agua comenzó a zarandearle de un lado a otro –como si estuviera en una lavadora- y supo que nadie (salvo ellos mismos) podría hacer nada por salvarlos. En la sala de arriba, un grupo de marineros cerraron todas las entradas de agua (accionando un control de emergencia), mientras que otros corrieron hasta la sala de motores y cogieron a Geordie de las solapas, casi inconsciente, justo a tiempo para cerrar la esclusa y aislar la sala. La tripulación aumentó la velocidad y el ritmo de ascensión, tiraron todo el lastre posible, contuvieron la respiración y esperaron. El submarino no reaccionó. Todos recordaron a los 118 marinos rusos fallecidos tres años antes. Al poco tiempo, el submarino respondió a las medidas que tomó la tripulación. Poco a poco empezó a ascender. Una vez en la superficie, aún corrían el riesgo de que el submarino no aguantara las ocho horas de camino que les restaba para llegar a Perth. Los investigadores determinaron posteriormente que si en el submarino hubiera entrado agua durante unos 20 segundos más, el casco y la tripulación se hubieran hundido hasta el fondo del océano Índico. En los pocos minutos en los que aquellos soldados ejecutaron su plan, actuaron con eficacia, inteligencia y solidaridad. Sólo hubo una cosa que no hicieron. Una cosa que, por cierto, les salvó la vida: no fueron a preguntarle al comandante qué tenían que hacer. Es conocida la afirmación de Steve Jobs sobre el tipo de empleado que buscaba para Apple: “Quiero piratas, no marines”. La frase tiene muchas lecturas; la mejor interpretación posible nos permite reformularla así: “Quiero marines… como los del Dechaineux”. Es decir: personas que saben pensar, actuar y organizarse en equipo sin necesidad de estar encima de ellas. Personas que saben lo que tienen que hacer, y lo hacen. Porque la ignorancia, el miedo a fallar y las inseguridades, pueden matarnos. De hecho, lo hacen: llenan nuestra vida de minutos y horas muertas, y aniquilan multitud de oportunidades. Es verdad que también hay errores que matan. Pero una muy buena forma de evitarlos es permitirnos el lujo de equivocarnos cuando podemos hacerlo. Eso acelera el aprendizaje, nos cura del miedo de hacernos responsables de nuestras propias decisiones y nos prepara para acertar cuando no podamos permitirnos el lujo de equivocarnos.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach