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ANÁLISIS DE SOCIEDAD

Creo

Fotografía

Por Almudena HernándezTiempo de lectura2 min
Sociedad04-09-2011

Estudié en centros católicos, fui monaguilla, canté en el coro de la iglesia, tengo a varios sacerdotes en mi lista de amigos y he presenciado algún que otro milagro. De vez en cuando rezo. Con estos antecedentes penales se puede presuponer que voy a defender al Papa, tras su visita a Madrid, y con él a su iglesia y hasta al mismísimo Cristo. Pero también he de decir que llevo un largo tiempo sin pasar por el confesionario, que Ratzinger no es santo de mi devoción y que ciertas acciones de la jerarquía eclesial, los curas y los fieles, hacen que se caigan los palos de mi sombrajo espiritual. Consecuentemente, sobraría añadir que no soy demasiado digna para enarbolar aquí la bandera del cristanismo. Pero, por perspectiva, quizás sí, porque muchas veces, demasiadas, me siento desubicada en mi entorno religioso. Unos me ven ultracatólica y otros tantos perciben en mí una fe anoréxica y un compromiso baldío. Yo me confieso: peco todos los días. Casi siempre me puede el orgullo. Pero hay algo místico y poderoso que me empuja a hacer esta confesión virtual. La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), ese acontecimiento al que, objetivamanete, cualquier periodista no podría obviar como una de las noticias del verano, ha marcado un antes y un después en muchas personas. Los católicos light, válgame el símil, estamos saliendo del armario. Antes de la JMJ una era feliz. Hace unos años di con la clave. Comprobé que cuando mi relación con Dios flaqueaba se iban al traste la conviencia conmigo misma, con los demás y con el mundo. Este es el punto de apoyo sobre el que se mueve todo. Creo sinceramente que todos no somos tan buenos como nos pintan, pero también que la bondad es lo único en lo que nos parecemos las personas. Muchos, con la JMJ hemos redescubierto que somos imagen y semejanza del Dios del amor, el Dios que se hizo hombre, el Dios al que sigue el Papa y esos cientos de miles de jóvenes que llenaron las calles de Madrid. Quien esté libre de él -del amor más grande-, que tire la primera piedra.

Fotografía de Almudena Hernández

Almudena Hernández

Doctora en Periodismo

Diez años en información social

Las personas, por encima de todo