¿TÚ TAMBIÉN?
Cultura y ciencia
Por Álvaro Abellán2 min
Opinión01-11-2010
“El teléfono nos sirve para comunicarnos con la mujer amada, pero, la mujer amada, ¿para qué nos sirve?”, comenta agudamente Unamuno en El sentimiento trágico de la vida. La respuesta correcta es: “la mujer amada no nos sirve para nada”. No parece un piropo muy bonito, todo sea dicho. Es, sin embargo, la respuesta más precisa y más hermosa. Si la mujer amada nos sirviera para algo o, dicho de otra forma, si la quisiéramos por eso para lo que nos sirve, entonces no la querríamos a ella, sino a aquello para lo que nos sirve; no la querríamos por ella misma, sino por aquello para lo que nos sirve. Esto es lo que nos pasa con la ciencia. La ciencia por la ciencia, no es en absoluto amable. Podemos amar la ciencia por dos razones: por aquello para lo que nos sirve, o por el gozo que el aprender nos proporciona. En ambos casos, no nos interesa la ciencia, sino la verdad de las cosas o la utilidad de determinadas averiguaciones. En ambos casos, ninguna de las dos cosas pesa demasiado al final de una vida. Hans Magnus Enzensberger tiende a ser irónico con la ciencia. En uno de sus poemas, Ciencia astral, nos cuenta: “Su mundo, casi de nada y nada, / de fantasmales supercuerdas / en el espacio decadimensional, / extrañeza, color, espín y encanto- / pero cuando tiene dolor de muelas, / el cosmólogo, / cuando se disipa el polvo de nieve / en St. Moritz, / come ensalada de patatas / o se acuesta con una señora / que no cree en bosones, / cuando muere, / se evaporan los cuentos matemáticos, / las ecuaciones se derriten / y él vuelve de su más allá / a este mundo / de dolor, nieve, placer, / ensalada de patatas y muerte”. La ciencia da cuenta de las estrellas, el dolor, la ensalada de patatas o el hecho de la muerte. Pero no puede revelarnos el porqué de todo esto… ni el porqué de la muerte. Ante esas preguntas la ciencia se disipa y el científico desaparece. Gracias a Dios, nos queda la cultura. En ella podemos buscar por qués. Y, entre oscuridades y medias luces, humildemente, vamos descubriendo que la mujer amada, que no nos sirve para nada, apunta a un porqué que se hace cada vez más fuerte cuando aparecen las preguntas definitivas. Allí, en los ojos del otro visto como fin, y no como medio, empezamos a encontrar razones por las que tantos hombres quieren edificar, entregando a la tarea toda su vida, ese lugar donde la vida se ensancha.