¿TÚ TAMBIÉN?
Con la boca cerrada
Por Álvaro Abellán3 min
Opinión16-11-2009
Don Finkel dedicó su vida a la docencia universitaria. Escribió una última obra en la que relata sus experiencias, su modo de entender la docencia, poco antes de morir. Es un testimonio interesante, además de una reflexión y una propuesta metodológica muy aprovechables. El libro está dedicado a su esposa y a sus cuatro hijos, y el tono es radical al tiempo que moderado. Radical en su propuesta, moderado en su carácter. El título es todo un desafío: Dar clase con la boca cerrada. La propuesta consiste en "dejar que hablen otros": los libros, los estudiantes, etc. El papel del profesor consiste en escoger una gran obra, ponerla en manos de los alumnos, dejar que éstos descubran las preguntas de fondo, dejar que las respondan, intervenir lo justo para que el debate no se salga de quicio y dar las respuestas justas, sólo cuando tiene la seguridad de que los alumnos no podrán responderlas (por falta de información) y después de que ellos hayan ensayado las respuestas que llevan dentro. El reto jamás es solucionar el libro, pues si es un libro grande, sus misterios son eso, misterios, y no tienen solución. Sencillamente, nos iluminan, nos descubren cosas, enmiendan o fecundan nuestra vida, nos despiertan del sueño cotidiano. El fundamento de la propuesta es que el criterio de autoridad no es suficiente. Asumir el criterio de autoridad, sin recorrer el camino, puede servir a muchos, pero no a quien tiene vocación universitaria. Éste último debe alcanzar los descubrimientos por sí mismo, debe "aprender a aprender", no "memorizar cosas". Al aprender a aprender, al hacer uno mismo el camino de la respuesta, no sólo no olvida sus conclusiones, sino que es capaz de rehacer ese camino siempre que sea conveniente y es capaz de formular nuevas preguntas y respuestas sensatas ante nuevas situaciones. Es decir, es capaz de creatividad, de innovación, algo que no es posible cuando aceptamos pasivamente el criterio de autoridad. El fundamento es verdaderamente revolucionario. Supone aceptar que el tribunal de la verdad es la recta razón, la propia conciencia. Supone aceptar que incluso las personas sin formación, ignorantes, incluso los esclavos, son capaces de descubrir la verdad sólo ofreciéndoles algunas pistas o claves adecuadas. A quien inventara un método así, capaz de hacer pensar a los jóvenes por sí mismos, de proponer que se rebelen contra la autoridad establecida si la consideraban injusta o equivocada, habría que asesinarle. Así hizo la Atenas de hace 2500 años con el inventor de esta intuición: Sócrates. La propuesta "dejar que hablen los libros" es también original, pero en absoluto nueva. Nada más lejos de ella que las llamadas "nuevas metodologías docentes", que responden más al formato del taller que al del auténtico seminario de lectura. Que el protagonista sea el saber, que lo sean los grandes libros, y no el profesor, es verdaderamente original. El valor del formador pasa a ser el de acercar el saber (no el de venderse como sabio), y el de testimoniar gran humildad, sencillez, capacidad de silencio y escucha, admiración ante los grandes textos. Leyendo a Finkel uno piensa que haría falta crear una institución dedicada a esta tarea, sino fuera porque fue inventada hace mil años bajo el nombre de Universidad. El único pero a la obra de Finkel es que cree haber descubierto algo que lleva siglos inventado. Y que así lo crea alguien que ha dedicado su vida a reflexionar sobre metodología docente tiene guasa. Viene a demostrar el provincianismo temporal en el que anda metido el mundo de la pedagogía. Finkel menosprecia la lección magistral (que él imagina como un profesor sabio hablando brillantemente a sus alumnos), porque así la ha conocido. Sin embargo, toda su obra es un canto a la lección magistral (la lectura de un maestro) tal y como la inventaron los medievales. Gracias a Dios, ni los medievales ni Sócrates andaban preocupados por cosas como la propiedad intelectual, así que estarían muy contentos de que hiciéramos lo que ellos proponían, aunque digamos que lo hemos inventado nosotros. Pues cuando el centro de nuestra preocupación es despertar el hambre de saber y alimentar nuestro espíritu, y no quién se pone las medallas, nuestra brújula apunta sin duda hacia ese lugar donde la vida se ensancha.