¿TÚ TAMBIÉN?
Rembrandt
Por Álvaro Abellán
3 min
Opinión07-12-2008
“Escoge una idea, un texto, algo que te llame la atención. Dale vueltas, investiga un poco, vuelve sobre lo que te ha llamado la atención o sobre eso que no entiendes. Llévate esa cuestión de de copas: háblalo con tus amigos, pregúntales, descubre dónde está el corazón de esa idea y qué es lo que tú ves en ella y quieres compartir con los demás. Luego, trata de contarlo plásticamente. Dale forma sensible”. Así trato de retar a mis alumnos de Bellas Artes y Diseño en la Universidad Francisco de Vitoria. Creo que lo que diferencia al gran creativo del mero efectista, o del mero técnico, es su capacidad para captar lo esencial de una realidad y plasmarlo como nadie lo había hecho nunca. Un gran ejemplo de esa genialidad nos lo ofrece Rembrandt. Y la exposición temporal que tenemos en el Museo del Padro estos días nos regala la oportunidad de aprenderlo. Cristo y la mujer adúltera es un gran ejemplo de esto. No es que a Rembrandt le dieran ese motivo y se pusiera a pintar, así, sin más, un pasaje archiconocido del Evangelio de Juan (Jn 8, 1-11). Esa escena se había representado ya muchas veces; casi siempre, con Cristo agachado y escribiendo en el suelo, en el instante anterior -o posterior- a que pronunciara las archiconocidas palabras: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Pero Rembrandt había meditado muchas veces ese evangelio y dibujó la escena en diversas ocasiones. En uno de aquellos bocetos puede leerse, anotado al dorso: “Estaban tan ansiosos de coger en falta a Jesús que estaban impacientes por oír su respuesta”. De modo que el maestro holandés no dibujó a Jesús agachado, sino aún en pie. Y dibujó a los fariseos presentándole a la adúltera, pero con los ojos fijos en Él, buscando errores. Sin embargo, la sa bia luz de Rembrandt nos invita a mirar especialmente a la adúltera, pues es en ella en quien se produce el milagro: en la arrepentida, la convertida, la que no pecará más, la que un instante antes estaba perdida y ahora se ha salvado. Seguramente resonaban en Rembrandt las tantas veces repetidas palabras de Cristo: “Tu fe te ha salvado, vete y no peques más”. Rembrandt sabía que el mayor milagro de Cristo no es la curación del paralítico, ni del leproso, ni siquiera la resurrección de Lázaro. Sabía que el mayor milagro que Cristo repetía en el siglo I, en el siglo de Rembrandt (el XVII) y en nuestro siglo es la conversión del corazón de los hombres. Un milagro que los fariseos no podían ver, porque miraban al sitio equivocado y con la actitud equivocada. Un milagro que nos enseña a redescubrir Rembrandt. Podría hablarle, querido lector, de muchos otros cuadros de este genio. Prefiero dejar que le hablen otros. Por ejemplo, pregúntele a Henri J. M. Nouwen sobre El regreso del hijo pródigo. Encontrará la respuesta en su libro, titulado igual que el cuadro. A Nouwen, contemplar ese cuadro de Rembrandt le cambió la vida. ¿Sabrán plasmar una idea como Rembrandt, algún día, mis alumnos? ¿Sabremos mirar un cuadro como Nouwen, algún día, nosotros? Anímense, pasen por el Museo del Padro y lleven consigo a alguien que les enseñe a ver cuadros. Es uno de esos lugares donde la vida se ensancha.