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SER UNIVERSITARIO

La religión de Schuster

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión17-09-2007

En la religión del entrenador madridista, Bernd Schuster, llamada “Ciencia Cristiana”, no existe el mal, ni las enfermedades: “Son pura ilusión”, pues todo lo que ha creado Dios ha de ser bueno. Así, el alemán rechazó varios tratamientos médicos en tiempos en que jugaba en el Atlético para ponerse en manos de un “practicista de la Iglesia del Cristo Científico”. Estas curaciones “naturales” no son “milagros”, sino “hechos naturales que sólo se alcanzan con un gran nivel de comprensión y de convencimiento”. Schuster pasa poco por el culto de esta Iglesia, pero se le considera un buen “simpatizante”. Disculpan su inasistencia por sus múltiples obligaciones. No obstante, él reconoce su pertenencia esta ciencia y afirma que reza por sus jugadores: “Para nosotros, rezar no es pedir, sino escuchar lo que Dios nos dice”. Esto debe de ser suficiente para pertenecer a una religión cuyo único principio parece ser que “Dios es todo en todo, es bueno y es espíritu”, pero donde, según ellos, no hay dogmas, actos de fe, sacramentos ni apenas exigencias morales. Todas estas explicaciones ilustran una fe “novedosa” a la que José Manuel Vidal dedica una página de Crónica en El Mundo. Esta “religión” se la “inventó” una tal Mary Baker Eddy en Boston, en 1879. Sin embargo, sus principios son tan antiguos como el primer cristianismo. Todo lo “bueno” que aparece en esta doctrina, son novedades que aporta el cristianismo a la historia de las religiones y del pensamiento. No obstante, el cristianismo encierra otras verdades y exigencias que la convierten en una religión mucho más seria y realista. Verdades que tuvo que defender frente a sectas o herejías cristianas ya en el siglo I y que se parecen sospechosamente a esta “Ciencia Cristiana”. Lean ustedes algo sobre gnosticismo, por ejemplo, y traten de encontrar alguna diferencia. La superioridad del cristianismo, decía, está en que encierra todo lo bueno de esta propuesta y muchas cosas más. Por ejemplo: la exigencia del compromiso, fruto del amor. El cristiano no es “simpatizante” de la Iglesia, sino “miembro” de ella y “hermano” del resto de cristianos. De ahí que no baste decir que uno es cristiano, sino que tiene que ejercer como tal. El cristiano, además, reza también y fundamentalmente para escuchar a Dios, pero eso no le impide también hablarle -desde la certeza de ser escuchado- sea para pedirle algo, para alabarle o para darle gracias. El cristiano no elude el problema del mal diciendo que no existe -postura cómoda: si no existe, no hay que venceerlo- , sino que, porque sabe que existe, se compromete a luchar contra él, empezando por el que hay en su propio corazón, y lo hace con el arma definitiva: el amor. Cuando uno examina despacio los presupuestos de estas “nuevas” religiones, descubre varias cosas interesantes. Primero, que de “nuevo”, tienen poco. Nada original hay en ellas, como sí lo hubo en el judaísmo o en el cristianismo. Segundo, que su armazón intelectual es muy endeble, y su “razonabilidad sin fe” exige una renuncia a la inteligencia como no la exigen otras religiones para las que se requiere fe. Diría Benedicto XVI que “la razón sin fe es una razón endeble”. Pues eso. Tercero, que si algo “positivo” tienen estas “religiones”, es que no le exigen a uno apenas nada. Basta “simpatizar” con ellas para “salvarse”. ¡Así cualquiera! Y ese es su truco: prometen una salvación sin compromiso. Algo que imagino atractivo para el “hombre cómodo” del siglo XXI, pero muy poco serio para cualquier persona medianamente perspicaz. No será una religión como ésta la que cambie el mundo. La propuesta original cristiana, sin embargo, lo cambió en menos tiempo y con menos medios ya antes de cumplir 100 años.

Fotografía de Álvaro Abellán

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Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach