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SIN ESPINAS

El Silencio de Dios

Fotografía

Por Javier de la RosaTiempo de lectura2 min
Opinión10-07-2005

Rafael Gambra tituló así uno de sus libros. Y para comenzar relata el juicio contra Jesús por parte del Sanedrín. En aquel proceso, Cristo guardaba silencio en medio de los falsos testimonios que proferían contra él. Hasta que el Sumo Sacerdote le preguntó: ¿No respondes nada a los cargos que hacen estos contra ti? Jesús callaba y no respondía. Los que le acusaban injustamente, incluso le pidieron que hablara, que dijera algo, y Él les contestó: “Si os lo dijera, no me creeríais” (Lc. 22, 67-68). Después de ser testigos de los atentados terroristas cometidos en el Reino Unido, uno se vuelve a preguntar por qué Dios permite estás cosas, por qué mientras el Mal representado por unos terroristas no para de hablar mediante los atronadores gritos de las bombas, Él guarda silencio. ¿Por qué Dios hecho hombre guardaba silencio ante las mentiras del Sanedrín y lo guarda ahora ante la infamia terrorista? Puedo entender que no hablará porque quienes le preguntaban ni querían conocer la verdad, ni estaban dispuestos a aceptarla. Es decir, daba igual que hablara o que no. Sin embargo, cómo creyente sólo puedo abrirme al misterio del para qué ocurren estas cosas. No lo sé, y quiero saber para qué tanta sangre derramada en nombre de causas estúpidas, para qué tanto dolor y sufrimiento. Ante mi incapacidad mental y emocional de comprenderlo, esa apertura al Misterio busca -cómo veis- entender el sentido del sufrimiento. Sin embargo, y a pesar de que hoy no me toca sufrir tan directamente como la madre o el padre de una de la víctimas, en medio de todo ese silencio, Dios hecho hombre habla definitivamente, afirma su presencia en el mundo y dice que llegará el día en que le veremos todos bajar del cielo y poner a cada uno en su sitio, incluso le verán aquellos que no quieren escuchar la Verdad ni aceptarla. Su advertencia a los terroristas quedó clara y su promesa a las víctimas también, aunque dejarlo tan diáfano, a Él también le costara la vida.

Fotografía de Javier de la Rosa