Las preferentes, dinamita pura

12-04-2013
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Por fin ha llegado: a partir del miércoles 17 de abril entrará en función la comisión pública de seguimiento de las participaciones preferentes, que facilitará los trámites de arbitraje para los cerca de 300.000 pequeños inversores que están afectados por este producto de inversión. La respuesta a las reclamaciones llegará en seis meses. Guindos asegura que la mayoría de los preferentistas recuperarán su dinero, pero a estas alturas ya sabemos que una cosa son las aspiraciones y otra, la realidad.

La clave está en si el inversor fue “engañado”, o se le ocultó intencionadamente información en la comercialización del producto. La CNMV ya ha concluido que tuvo lugar un “incumplimiento generalizado” de las buenas prácticas en la comercialización de preferentes por parte de Bancaja, entidad integrada en Bankia, especialmente entre los años 2008 y 2009. Cerca del 80% de los perjudicados en el caso de Bankia (el banco liderado por Caja Madrid y Bancaja) tienen depositados menos de 30.000 euros, es decir, son a todas luces pequeños inversores. Pero… ¿son las preferentes un producto demoníaco, una auténtica estafa? La respuesta es, con todos los matices que le queramos poner, que no. Las preferentes, como tantos y tantos productos fallidos, son el clásico invento que es fantástico mientras todo va bien y se convierte en una auténtica pesadilla cuando empieza a haber problemas.

Las participaciones preferentes no son una creación de la banca española, proceden del mundo anglosajón. Una traducción literal de su nombre original habría evitado muchos de los malentendidos que ha rodeado a este producto. Prefered Shares quiere decir Acciones Preferentes y lo cierto es que las Preferentes están mucho más cerca de ser una Acción que un título de Deuda. El asunto central es que las Preferentes no vencen nunca, al igual que las acciones y al contrario que otros instrumentos como los depósitos, los pagarés o los bonos. ¿Y esto qué significa? Pues ni más ni menos que el inversor que quiera deshacerse de las preferentes tiene que encontrar alguien que se las quiera comprar. Y el problema es que se llegó al punto en el que nadie estaba dispuesto a comprar preferentes, o al menos, no al 100% de su valor, y generalmente ni siquiera al 50%, 40% o 30% de su valor.

¿Qué es lo que hace entonces a las preferentes merecer tan ilustre nombre? ¿De qué hablamos cuando hablamos de su preferencia? ¿Preferencia sobre qué? Simple y llanamente, preferencia sobre los accionistas a la hora de cobrar en caso de quiebra de la entidad emisora… basta decir que los accionistas casi nunca cobran nada de nada.

¿Dónde estaba la gracia de las preferentes? Básicamente en el pago de un cupón periódico (trimestral , semestral o anual eran los plazos más frecuentes) con rentabilidades que en muchos casos superan el 6%, el 7%, el 8% o incluso más. Unos rendimientos que, dicho sea de paso, deberían haber hecho recelar hasta al más ingenuo. La letra pequeña es que este interés siempre está condicionado a que la entidad tenga “beneficios suficientes” para pagarlo. Es decir, el banco puede suspender el pago del cupón de forma cuasi discrecional, alegando que no hay beneficios suficientes. Y eso es algo que ha sucedido de forma prácticamente universal. ¿Y todo esto era un secreto? No, en absoluto. Y no es sólo es que fuera de conocimiento público, es que venía perfectamente detallado por escrito en todos y cada uno de los folletos informativos que se entregan en la comercialización del producto (Y no está escondido, figura siempre al principio). Asunto diferente es que el inversor no sólo cometiera el imperdonable error de no leerse el folleto , sino que encima creyera al comercial del turno cuando le decía: “Para que tú lo entiendas, esto es como un depósito”. Y no, no es como un depósito, ni mucho menos.

En resumen, aunque el producto cumplía con todos los requisitos legales, se ha traicionado de forma deliberada y masiva la confianza del inversor al venderle un instrumento que no era adecuado a su perfil de riesgo y del que no se le informó debidamente y de viva voz de los riesgos que entrañaba. Para mí, lo que subyace detrás de todo esto es una absoluta y lamentable falta de principios y de sentido ético por parte de un número demasiado elevado de agentes financieros. Y para el inversor, conviene aplicar la sencilla máxima que sigue a rajatabla de uno de los hombres más ricos del mundo, el financiero Warren Buffet: nunca invierta su dinero en aquello que no entiende.

Fernando Martínez Badás

Licenciado en Periodismo

Máster en Periodismo de El País

Postgrado en Información Económica

Desde 2001, atento a lo que se cuece en los Mercados Financieros



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