La herida es una película que te deja mal sabor de boca. Sobre todo por su trato duro y sin filtros de la enfermedad que padece la protagonista, el trastorno límite de personalidad. Nos muestra una chica joven, aparentemente fuerte; feliz y contenta con su vida, que sufre. Sufre internamente y tú sufres con ella su desesperación por buscar una salida a lo que le pasa. La acompañas en la espiral en descenso y recorres el mismo camino, cortándote con las mismas espinas que ella durante el proceso.
Es incómodo, porque aunque no quieras mirar, ves a Ana, la protagonista, en todo su proceso. La cámara y la forma de grabación no te dejan taparte los ojos. Hay planos en los que se muestra de forma contundente y directa cómo Ana se lleva a la autodestrucción: la ves en la baño, autolesionándose, y justo antes la estabas viendo cantar alegre en el karaoke. Te muestra y te transmite esos cambios que sufre ella y llega a un rincón de tu mente que creías haber apagado.
Es una película que no le llegará a todo el mundo. Muchas personas podrían decir que es desagradable, pero hay algo muy humano en el sufrimiento de Ana. Algo que te cala mientras la ves quemarse con cigarrillos, ser agresiva o sintiéndose culpable de un comportamiento que no elige tener y que no entiende.
Las heridas de Ana son internas. No sabemos por qué están ahí. No vamos a saber el por qué. La película no nos muestra las razones, solo los efectos, y quizá por eso nos sabe hacer sentir un poco como Ana.
No es una película que puedas decir que te guste. Pero podemos decir que te atrapa y que, si pensabas que tenías las heridas curadas, las puede volver a abrir.