Nacho García.- Una de las cosas más gratificadoras que debe existir para un deportista es enfrentarse a un homólogo americano, sea cual sea el deporte, y derrotarle con contundencia. Se creen los inventores del mundo, piensan que la vulgaridad no va con ellos y, a la vuelta de la esquina, se encuentran con que, muchas veces, no es oro todo lo que reluce y que ellos también son mortales.
En un marco incomparable como es Santander, y con la Copa Davis como telón de fondo, el equipo español de tenis formado por Corretja, Balcells, Ferrero y Costa y dirigido por Duarte, volvió a escribir una página en la historia del deporte nacional al fulminar, nada menos que por 5-0, al poderoso equipo de Estados Unidos en las semifinales de la Copa Davis y clasificarse para disputar la final, contra Australia, el próximo mes de diciembre.
Durante los días previos a los partidos, el capitán americano, John McEnroe, recuperó su disfraz de payaso que antaño iba paseando por las pistas del mundo y montó el numerito. Veía venir el bueno de John el vendaval español y comenzó con sus lamentables actos. Primero le rompió una cámara de fotos a un niño, llegó tarde a todas las reuniones y comparecencias públicas, de repente aparecía en albornoz y descalzo. Quizá, sabedor de que su equipo, la "armada invencible yanquee", no se iba a comer un "rosco" en tierras cántabras, McEnroe quiso adquirir el papel de protagonista en esta película, pero se topó con un señor equipo que le ha eclipsado y que hubiese dejado en la cuneta, también, a los mismísimos Agassi y Sampras si, cobardes ellos, hubiesen dado la cara y se hubiesen presentado a jugar como estaba previsto. Pero ya se sabe cómo son estos americanos.
Luego, cuando la pareja de dobles, Corretja-Balcells, consiguió el punto definitivo que metía a España en la final, llegó lo mejor. Todos saltamos de alegría por haber derribado al gigante norteamericano y, sobre todo, por ver la carita de McEnroe, triste y desolado, teniendo que aguantar, sentado en su silla de entrenador perdedor, la alegría y el alboroto que se montó con las celebraciones de los jugadores españoles y el público de Santander. Cómo me gustó verte, Johnl. ¡Toma ya, yanquee!