Espectáculos  La Semana que vivimos - Del 5 al 11 de octubre de 1998 - Número 79  

Ortega

Mª. Almudena Hernández Pérez.- Dijo don José Ortega y Gasset que la vida nos es dada, que nos es arrojada o somos arrojados a ella, y que este problema que es la vida necesitamos resolverlo nosotros. En una ocasión, que no sé cómo puedo llegar a recordar, esa vida me arrojó a un tendido de Las Ventas. Recuerdo la plaza en su inmensidad, oscura, callada, y un toro testarudo que no quería acercarse a la claridad de los corrales. Ahora sé que aquello sucedió en la corrida de la Prensa de 1982, que el toro se llamaba Velador, era de Victorino, y que le tocó en suerte a Ortega Cano. Casualidades de la vida.
Dieciséis años más tarde, ese torero se despedía de la plaza de Madrid con los ojos húmedos y las manos vacías. Ortega y Gasset diría que era un hombre en su circunstancia. Pero un torero no lo es, ni torero ni hombre, por una única circunstancia. Ortega Cano se despedía de la plaza de Madrid y el recuerdo que queda de una tarde de devoluciones al corral es la ovación con que premió el público la disolución del paseíllo. Lástima, maestro.
Pero un torero, no como creo que piensan muchos, no se identifica con las tardes malas, aunque la última sea una tarde negativa. De esas se aprende, de las otras, de las apoteósicas se construye el recuerdo, y aunque yo no pueda hacerlo, ahí están los libros, si bien leo. ¿Recuerda aquél 22 de mayo del 86? ¿ y en aquél mano a mano con Julio Robles en el mismo año? Estuvo bien Ortega en la corrida de Felipe Bartolomé el 2 de junio del 87, y antes, en el 84, en la faena a un toro de Pilar Población en la Feria de Otoño. Luego, en el 85, dejó buen sabor a toreo José Ortega Cano en una de Martínez Benavides. Más que sabor, impregnó el de Cartagena olor a hierbabuena en la temporada de 1991. Fue buena, también se acordará su compañero de apoteosis, Cesar Rincón. Buena corrida de la Beneficencia, y casi nada, ni más ni menos que en Madrid, Ortega. Como el otro día, en el que se pegó el cerrojazo a toda una vida llena de circunstancias, porque lo dijo Ortega, el otro, el pensador. Sí, hombre, aquello de "yo soy yo y mi circunstancia". Y a partir de ahora, maestro, que sea usted feliz recordándola, como también hará con la suya, que fue plateada, Antonio Briceño.
[9-10-1998]


Victorino o victoria

Mª. Almudena Hernández Pérez.- No fueron buenos los toros de Victorino en la única tarde de otoño que reinó el llenó en Madrid. Buenos buenos, no. Fueron toros, y fueron victorinos. No peritas en dulce con cuernos, sino toros "encanijados" por aquello de no pesar 600 kilos. Con todo lo que eso implica por estos tiempos de Dios en que los del siete llaman gato a un "toro pequeño". Pero a mí me parece que los gatos no dan cornadas y que los victorinos cuando embisten no buscan el rasguño. El victorino es ese toro que quiere ver el número de las zapatillas de los toreros. ¡Qué simpático el lindo gatito! Cuidadito con la vuelta ligera de los toros de Victorino, y cuidadito cómo meten la cara en la pañosa los ejemplares del señor Martín. Sí, pero eso son toros y los demás, otra cosa.
Algo distinto hubiera sido la tarde fin de fiesta de la Feria de Otoño 98. Y hay que reconocer que lo pasamos bien. Bastante bien. Uceda Leal salió a hombros. Cachis en la mar que mató mal a su primero, pero toreó José Ignacio como casi se nos había ya olvidado. Con la derecha y con la izquierda. Pero el respetable tuvo ganas de oreja, y la oreja se hizo. Como hizo Uceda una faena inventada al flojo sexto. Lo de Encabo fue otra cosa. Citaba de lejos, ponía las banderillas y hacía vibrar en las faenas, quizás, le faltó frenar a sus toros para que surgiera el toreo lento. Pero cortó un apéndice. A Campuzano se le pasó la tarde, y la oportunidad, al no acoplarse y entender las dificultades de sus oponentes. El graderío, que sí entendió la corrida en su juego y variedad, premió con aplausos a varios ejemplares del señor Martín. También se le aplaudió el varilarguero "Cotón", hombre simpático éste, en su despedida de Madrid, y a "Madriles", subalterno de Uceda Leal, que se cortó la coleta.
Victorinos tendría que haber toreado Ortega Cano en su adiós a Las Ventas, para asegurar el triunfo, acabar con el baile de corrales y comprometerse con el duro trabajo de lidiador. Cuestión de gustos. O disgustos. Más bien así fue la tarde del sábado 10, en la que El Cid, Gómez Escorial y Alberto Ramírez se encerraban con un manso e inválido encierro de Fermín Bohórquez. Poco victoriosa resultó el festejo a no ser por el capote de Gomez Escorial y Ramírez, que lo intentaron. Mala suerte en general con la espada y en especial la que tuvo Alberto con el que cerraba plaza, al que recetó una tanda de regusto y se acabó. Así, sin más se terminaron las pilas del novillo. No sé qué dará Victorino a los suyos porque andan como auténticos atletas, que a las próximas, a lo mejor en bicicleta, ganan una medalla como Olano y Mauri, o por lo menos, si los señores figuras quieren, aseguran una victoria en el ruedo. Ya que con victorinos otra cosa no puede ser.


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Última actualización: Domingo, 11 de octubre de 1998