2018, un año especial para la Casa Real española

Tradición y modernidad. Números
redondos en la Casa Real

Cada comienzo de año es mágico, pero 2018 es especial para la monarquía española y para la familia real. Felipe VI celebra su 50 cumpleaños y sus padres -Juan Carlos y Sofía- alcanzan ya los 80. Y, por si fuera poco, también son números redondos para la Constitución de 1978, que cumple 40 años estando vigente. El tiempo ha pasado tan rápido que, prácticamente, no se ha caído en la cuenta de que la mentalidad española del siglo XXI ha dejado atrás a la España de 1975. Esto supone plantearse actualizar algún que otro detalle al respecto para poder mirar hacia el futuro, en vez de estancarse en el pasado.

28-01-2018
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La monarquía española es representante del Estado y conserva una tradición europea con siglos de antigüedad y que actualmente pocos mantienen. Su larga trayectoria se remonta a la unión dinástica entre Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla. Con la monarquía, los Reyes Católicos querían centralizar el poder y lograr la estabilidad interna de los reinos en los que estaba dividida la península. La religión fue el principal elemento de cohesión, el proyecto que supuso la creación de España como conjunto de ciudadanos pertenecientes a una sola nación. La lealtad hacia los Reyes Católicos -en especial, a Isabel- era el punto de unión de España, a pesar de que cada territorio presentaba diferentes costumbres, políticas o lenguas.

A lo largo de los siguientes siglos, la monarquía se ha ido modificando, e incluso se ha llegado a cambiar por otras formas de gobierno, como la república (en dos ocasiones) o la dictadura (siglo XX, con Francisco Franco), pero siempre se ha vuelto a ella. La española, concretamente, goza del privilegio de ser la más antigua de Europa y es el elemento catalizador de esta. En el siglo XV, España era el territorio más avanzado -en todos los ámbitos- e influyó en el resto de países, que aún seguían en proceso de conformación.


Los reyes Felipe VI y Letizia junto a los reyes eméritos Juan Carlos I y Sofía. Foto: Casa Real
Hoy en día, la monarquía española es parlamentaria: el poder pertenece a los ciudadanos, que eligen a sus representantes en el Parlamento.

De esta forma, el monarca no ostenta todo el poder. Sin embargo, actúa como jefe de Estado y como portavoz del país en asuntos internacionales, además de ser símbolo de la unidad nacional. A pesar de haber mejorado en muchos aspectos, hay quien rechaza este sistema de gobierno. Javier Cervera Gil, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Francisco de Vitoria (UFV), opina que no hay motivo de crítica a la monarquía de Felipe VI, en concreto. “Yo no encuentro motivos de crítica a la monarquía. ¿Quiénes la rechazan? En el ámbito nacional, la gente de Podemos… poco importa, en el fondo son antisistema, puesto que rechazan todo lo que viene del proceso de transición de 1975 a 1982. Y, desengañémonos, son una minoría: 5,5 millones de votos en las últimas elecciones, sobre 33 millones de electores en España. En el ámbito nacionalista, dan la espalda a la monarquía el PNV (tampoco son tantos: 1,5 millones de españoles) y el independentismo catalán, dos millones de votantes el pasado 21 de diciembre. Vamos, una minoría”, resalta Cervera.

Desde que la Casa Real anunció en 2011 que publicaría sus gastos, se cree que la monarquía española está entre las jefaturas de Estado más baratas del mundo, pero esta conclusión resulta errónea, pues cada país distribuye los gastos de manera distinta en sus presupuestos. Además, los grados de transparencia que hay entre ellos son diferentes, por lo que es misión imposible elaborar una comparativa definitiva. Sin embargo, sí hay respuesta a preguntas como cuánto cuesta de verdad la monarquía, si es más o menos transparente que en otros países, o si saldría más barata la república.

En cuanto a la primera cuestión, el gasto monárquico incluye la parte que maneja de forma autónoma y lo que asumen los ministerios de Presidencia, Exteriores, Interior, Defensa y Hacienda. Por ejemplo, Presidencia es responsable del mantenimiento de La Zarzuela y del Palacio Real, que incluye la factura de la luz y el salario de los más de 130 trabajadores. Defensa costea el sueldo de la Guardia Real, que integra a 1.500 militares, aproximadamente. Hacienda, los vehículos oficiales y sus respectivos chóferes; y Exteriores, los viajes oficiales. Pero hay muchos otros gastos relacionados con la Corona que quedan camuflados, como que los caballos sean pura sangre, el presupuesto en jardinería, las cenas de gala, etc. Por este motivo, la Monarquía podría estar costando entre ocho y doce veces más de lo anunciado en los Presupuestos Generales del Estado.

La segunda cuestión tiene como respuesta "sí". Hay monarquías más transparentes, por ejemplo, la británica o la danesa. Tanto los gastos -y los ingresos- de Isabel II como los de su heredero están, por obligación, disponibles on line, con todo lujo de detalles desde los años 90, aunque también se dejan fuera algunos gastos, como el de las ceremonias militares.

Por último, la república no sale más barata que la monarquía. En el caso de Italia, el sistema de elección en las urnas, entre otros, es carísimo. Pero, sin duda, por encima del resto de repúblicas se sitúa la de EEUU, que, aparte de los gastos generales, suele pagar pensiones vitalicias a quienes dejan el cargo de presidente.

Hay que distinguir, en todo caso, entre jefes de Estado con poder real, como el estadounidense o el francés, y otros con competencias muy limitadas, como el italiano o el alemán. En cuanto a funciones oficiales, los segundos aguantan mejor la comparación con las monarquías europeas modernas. No así en cuanto al nivel de popularidad y efectividad en el extranjero.


Ceremonia solemne de abdicación del Rey Juan Carlos I. Foto: Casa Real
En España, aunque la monarquía sea por excelencia el sistema político y no se pretenda por el momento sustituirla por otro régimen, sí que hay claras divisiones en cuanto a las opiniones de los ciudadanos. Algunos la apoyan firmemente, otros se oponen a ella -proponiendo la república como mejor forma de gobierno-, y otros aceptan lo que esté. “No me gustan las repúblicas, por tanto, solo me queda ser monárquico, casi por obligación. Eso sí, no seré yo quien (si llega al caso) defienda la monarquía si se suscita una mayoría social en España que quiera la república… Me desagradará, pero no me opondré a ella, complicándome la vida”, comenta Javier Cervera.

“El actual rey Felipe VI lo está haciendo bien, ha logrado que la institución monárquica remonte después de varios errores de su padre en los últimos años de su reinado”, añade. Uno de los objetivos estratégicos de Felipe VI es “despersonalizar” la institución, pasar página al juancarlismo.

El monarca quiere poner en valor las ventajas que supone la monarquía parlamentaria, pero no se lo están poniendo fácil.

El 18 de junio de 2014, la Jefatura de Estado cambió de manos. Juan Carlos I puso fin a sus casi 40 años de reinado en una ceremonia histórica celebrada en el Salón de Columnas del Palacio Real. Tras un largo y emocionante abrazo con su hijo y heredero, Su Majestad cedió la corona al hasta entonces Príncipe de Asturias.

El debate sobre si Juan Carlos debería o no dejar de reinar había empezado, concretamente, un 20 de septiembre en que el jefe de la Casa del Rey, Rafael Spottorno, anunciaba la quinta operación de Su Majestad en tan solo dos años, esta vez por una infección en la zona de la prótesis de su cadera izquierda. Los argumentos principales eran la salud del Rey y los escándalos relacionados con su familia. Los medios de comunicación más influyentes del momento -ABC, La Razón, El País , etc.- no dudaron en ofrecer su punto de vista. Los periódicos del centroderecha, por ejemplo, estaban en contra de la renuncia del soberano; apenas nueve meses después, con su marcha sobre la mesa, todos aplaudían el relevo que Juan Carlos I creía necesario.

“Me lo repetía a mí mismo: a la tercera va la vencida”, confesaba Juan Carlos sobre el tercer embarazo de su mujer. Después de dos hijas -Elena y Cristina- nació finalmente el 30 de enero de 1968 un varón, Felipe, que sería el futuro heredero del trono. Su madre, la reina Sofía, se encargó personalmente de cuidarle, ayudada por Victoria Eugenia (su madrina, que falleció años más tarde en Suiza). A los cinco años, y hasta los 16, Felipe ingresó en el Colegio Nuestra Señora de los Rosales (Madrid), donde cursó preescolar, Educación General Básica y Bachillerato. Destacó desde el principio por sus resultados académicos y supo compaginar a la perfección sus estudios con los actos oficiales que tuvo que presenciar o protagonizar.


Felipe, entonces Príncipe de Asturias, en Zaragoza, 1985. Foto: Casa Real
Felipe VI es de los pocos -por no decir el único- monarcas con una formación previa tan completa. Es licenciado en Derecho, ha recibido instrucción militar en las tres academias castrenses de España y tiene un máster en Relaciones Internacionales en EEUU.

A esto se añade la práctica de judo, natación, atletismo, vela, esquí..., que fueron fundamentales para asimilar los valores de deportividad, resistencia, disciplina y aceptación, tanto de las victorias como de las derrotas. Además, participó en los Juegos Olímpicos de Barcelona (1992), como miembro de la Selección Olímpica de Vela, en la clase soling.

Por si fuera poco, es amante de la naturaleza. Su inquietud por la ecología demuestra -esta observación la hizo en su momento también la reina Sofía- que solidaridad es una palabra frecuente en su vocabulario. “Creo que la sociedad española del siglo XXI será abierta, dialogante y con espíritu solidario”, declaró al cumplir los 35 años. Por último, se encuentra Letizia Ortiz, aquella periodista que conquistó el corazón de Felipe VI en una cena “de amigos” el 17 de octubre de 2002. Desde ese momento, el entonces Príncipe de Asturias ya lo tenía todo para ser rey. Y así fue.

El cambio generacional supuso, por un lado, rejuvenecer la institución y -sobre todo- desvincularla del franquismo, porque conviene recordar que la proclamación de Juan Carlos como rey parte de una decisión del dictador Francisco Franco (aunque luego esta fuera corroborada en dos ocasiones por los españoles, en 1976 y en 1978). Y, por otro lado, significó revitalizar una monarquía que, con los errores del rey Juan Carlos los últimos años, estaba en franca caída de popularidad.

Es cierto que el modelo de Estado todavía no se cuestiona. Sin embargo, hay algunas señales al respecto. El PSOE, por ejemplo, tuvo que retirar una enmienda que pedía implantar una república en España. Y, aunque Podemos nunca ha pedido abiertamente un referéndum entre monarquía o república, en el seno del partido sí ha habido debate. Oficialmente, la Casa Real “no comenta cuestiones referidas a los partidos políticos”, pero temen que la Corona quede etiquetada como una institución del PP, en lugar de una Jefatura del Estado.


El Rey Felipe VI durante un discurso a la nación. Foto: Casa de S.M. El Rey
Felipe VI se esfuerza en dotar a la monarquía de una mayor transparencia. El bloqueo institucional de los dos procesos electorales, que duró un año y medio; el juicio a su hermana Cristina por el caso Nóos y el desafío soberanista de Cataluña han determinado el inicio de su reinado. Ahora, La Zarzuela teme que las tensiones por la hegemonía de la izquierda acaben derivando en una apuesta por vías republicanas.

Felipe VI se enfrenta a corto plazo al problema de Cataluña, y tal vez tenga que actuar de nuevo como lo hizo de forma brillante el pasado 3 de octubre. Y, a medio plazo, seguramente otro reto sea la evolución política de España, porque cuando haya elecciones generales es muy probable que no haya claras mayorías, por lo que Su Majestad deberá mediar hasta donde la Constitución le deje para que no se vuelva a producir la situación de colapso político de 2016.

Su padre también tuvo que demostrar de qué madera estaba hecho nada más subir al trono. A pesar de los incidentes de los últimos años, el balance de su reinado es indiscutiblemente positivo. En primer lugar, porque cuando fue proclamado rey (22 de noviembre de 1975), ostentaba casi los mismos poderes absolutos que había tenido Franco hasta dos días antes. Y fue él mismo quien decidió poner en marcha el proceso democratizador que significaba la pérdida de, prácticamente, todos los poderes que tenía al inicio (aunque fuera presionado por los tiempos que corrían -que pedían a gritos una democratización de España). Si Juan Carlos I no hubiera hecho esto, probablemente la democracia habría llegado, pero habría sido mucho más difícil y tal vez traumática. Y, en segundo lugar, su papel el 23 de febrero de 1981 (aunque no se sepa exactamente todo lo que pasó en torno a la actuación de Juan Carlos aquella noche) también fue decisivo para que España no entrara en una involución que hubiera sido muy negativa.

Juan Carlos I tenía claro lo que representaba para él la monarquía. Era consciente de la responsabilidad que requiere ser soberano de un país. Sabía que acababan de salir de uno de los peores episodios de la historia de España, pero estaba preparado para asumir el control y restablecer el orden. Lo manifiesta de forma clara en su proclamación: “Asumo la Corona del Reino con pleno sentido de mi responsabilidad ante el pueblo español y de la honrosa obligación que para mí implica el cumplimiento de las leyes y el respeto de una tradición centenaria que ahora coinciden en el trono. Como Rey de España, título que me confieren la tradición histórica, las leyes fundamentales del Reino y el mandato legítimo de los españoles, me honro en dirigiros el primer mensaje de la Corona”. Aseguraba que el nombre de Francisco Franco sería un hito al que será imposible dejar de referirse para entender la clave de la vida política, y que su recuerdo constituiría para él una exigencia de comportamiento y de lealtad para con las funciones que asumía al servicio de la patria. Por último, incidió en que la monarquía está por y para el ciudadano: “La institución que personifico integra a todos los españoles. La monarquía procurará en todo momento mantener la más estrecha relación con el pueblo”.

Actualmente, Juan Carlos ostenta de forma vitalicia el título de rey de España y es capitán general de las Fuerzas Armadas en la reserva, aunque no ejerce funciones constitucionales, solo las protocolares. Tres años después de ser proclamado rey, fue publicada la Constitución española de 1978 en el Boletín Oficial del Estado. Esta sigue vigente y, prácticamente, sin modificar desde entonces.

Cuarenta son muchos años. Esto implica varios aspectos: el primero, que casi tres de cada cuatro españoles de 2018 -entre los que está, por ejemplo, el mismo Felipe VI- no habían cumplido mayoría de edad o no habían nacido en 1978, lo que significa que nadie les ha pedido opinión con respecto a la Constitución que sigue vigente. El segundo, que la España de 2018 es muy, pero que muy distinta a la de 1978, que es la España para la que se hizo la Constitución… pero, sin embargo, casi no se ha cambiado. Y no es necesario modificarla por completo y redactar de cero una nueva, tan solo bastaría con modernizar ciertos apartados que ya carecen de sentido y añadir otros nuevos, o bien modificar algunos puntos en concreto, adaptándolos a la situación actual en la que se encuentra España.

Juan Carlos I y Felipe VI. Foto: Casa de S.M. El Rey
El tercero y último, que conviene aprender de la historia: la Constitución de 1876 que organizó la Restauración no fue modificada en más de 50 años. ¿Y qué pasó? Que la Restauración entró en crisis porque España cambió en ese largo periodo de tiempo, el sistema político no se adaptó a los cambios y el rey fue expulsado de España y se proclamó la república. Esto no significa, bajo ningún concepto, que la causa de la caída de la monarquía de Alfonso XIII fuera esta, pero, desde luego, no realizar reformas en el sistema político para adecuarlo a los cambios de España sí lo fue.

El paso del tiempo y la evolución de los acontecimientos han demostrado que hay partes y/o artículos de la Constitución que realmente no funcionan. De entrada, el modelo de Estado autonómico no funciona y es carísimo. Juan Velarde, economista, afirma que se ha diseñado un Estado que no se puede pagar. O, también, la crisis institucional del Estado que padeció España en 2016. Los diez meses sin poder formar nuevo gobierno tras las elecciones puso de manifiesto claramente que el artículo 99 no funciona cuando el poder legislativo no presenta mayorías parlamentarias, y que el artículo 62 tampoco, porque no se permitió actuar al rey para desbloquear la situación. O, por ejemplo, el artículo 15, que regula el derecho a la vida de los españoles, cada uno lo interpreta como le viene en gana. O el artículo 155, que en los últimos tres meses se ha demostrado que es confuso y que no contribuye a que el Estado pueda actuar con contundencia contra gobiernos autonómicos insurrectos. O, que hay miedo a aplicar determinados artículos, como el propio 155 o el 8. Pero, entonces… ¿para qué están?

En consecuencia, habría que reformar la Constitución para que: primero, esas tres cuartas partes de los españoles a las que la actual Constitución les ha sido impuesta puedan decidir qué modelo de Estado quieren; segundo, para que la ley que establece el modelo de Estado y cómo funciona se adecúe al siglo XXI, con una sociedad globalizada, una España inserta en las relaciones internacionales europeas y mundiales (cosa que no pasaba en 1978), y, sobre todo, con una España con mayor nivel de estudios que la de entonces; y, tercero, para que se eliminen todas aquellas partes de la estructura del Estado que se ha evidenciado que no funcionan, por ejemplo, las autonomías.

A pesar de los obstáculos, tanto la monarquía como la ley siguen siendo respetadas y se encargan de mantener el orden en España. Hay ciertos detalles a mejorar, pero su presencia e importancia dejan claro que son necesarias para que el país funcione y mire hacia delante. Y, por supuesto, Cataluña permanecerá en los planes del país. Así lo quiere Su Majestad. Con una actitud nunca vista, directo, seguro y asumiendo firme un discurso extraordinario afirmó: “en esa España mejor que todos deseamos estará también Cataluña”. Pues lo que es tradición permanecerá siéndolo.

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