Homenaje póstumo a Irene de sus compañeros de doctorado

Irene Vázquez: asombro,
deseo y amor por la Vida

La imaginación y la creatividad de C. S. Lewis, y el efecto que esos dones suyos tuvieron en el proceso de su conversión, animaron a Irene Vázquez Romero a escribir su tesis doctoral sobre el autor de Las crónicas de Narnia. Los caminos de la fe son tan variados como personas que se encuentran con Dios, y el de Irene no era el del sufrimiento, ni la teología negativa, ni la necesidad lógica, sino el de buscar la única fuente de belleza y alegría que no caduca. Sobre estas cuestiones discutía con sus compañeros de doctorado en la Universidad Francisco de Vitoria. Ellos han querido hacer este homenaje a Irene, con motivo de su fallecimiento el pasado 22 de noviembre.

| Fotos: Álvaro Abellán y Juan Serrano
11-12-2013
Comentar este artículoComentar Imprimir este artículoImprimir Enviar este artículoEnviar


Irene Vázquez en su aula de 1º de BBAA y Diseño, Universidad Francisco de Vitoria, 2012
“El amor crea la inmortalidad y la inmortalidad nace del amor. Esto significa que el que ha amado a todos, les ha hecho a todos inmortales. Esto es lo que quiere decir la Biblia cuando dice que su resurrección es nuestra vida” . Estas líneas de Ratzinger, leídas en un curso de doctorado, apaciguaron un poco la discusión que Irene mantenía con sus compañeros de aula sobre el poder de la muerte.

No es que lograran quitarle el miedo a la última hora, ni, desde luego, que lo cambiaran por esa cosa edulcorada con el pietismo ingenuo de cierta resignación. No. Al contrario: su anhelo de vida y de vida llena seguía rebelándose contra el hecho brutal de la muerte como un sinsentido inexorable. Pero en esas líneas resonaba la misma intuición, deseo y convicción que ella llevaba también en el fondo de su alma: “El amor es más fuerte que la muerte” (Ct 8: 6). Y así, el amor era el camino -el único- para derrotarla y sobrevivir a su devastador mazazo. Irene entendía esto no como una explicación teórica sino con un saber vital. Por eso su vida era tan intensa, tan plena, tan entregada: quería llenarlo todo de amor, para que todo pudiera sobrevivir: sus cosas, sus ocupaciones, sus alumnos, sus amigos, su familia, sus cinco hijos, su marido; todo lo vinculaba al amor de Cristo para hacerlo eterno.

Amaba también, y con pasión, los ámbitos de la belleza. Le encantaba pisar el campo, vadear el río, y mirar en silencio los colores del ocaso en la montaña. Le gustaba viajar y viajó mucho: vivió Londres con los suyos, cuajó su corazón en el desierto de Judea y midió con su hermano los límites del mundo en la lejana Australia. Sentía un temblor al escuchar al Brujo recitar El Evangelio de San Juan, inquietud con Il trionfo del Tempo de Händel, rabia y tristeza con la Vida y muerte de Marina Abramovich, y disfrutaba cada nota de los conciertos de Alejandro Sanz, su amigo.


Irene Vázquez, formadora de Becas Europa 2012, habla sobre S. C. Lewis en Cambridge
Le gustaba el arte antigua y nueva de los museos y, poniendo las cosas en su sitio, compadecía a Dalí y le hacía gracia el rostro tuerto de la hermosa Nefertiti. Buscaba también la belleza en las biografías de los hombres de la Historia -costumbre que aprendió de su amado, amante esposo-, y en la literatura, y la encontró, entre muchos otros autores, en las letras de otro amigo, Enrique García-Maíquez. Y, aunque parezca quizás a primera vista extraño, también la belleza -como ordo amoris- estaba detrás de una fuerte inquietud social que le impulsaba a participar en proyectos como la Fundación MasHumano, para promover una visión de la empresa que integrara armónicamente la vida de la persona.

Llegó al programa de doctorado después de haber cursado el Máster en Humanidades en la Universidad Francisco de Vitoria. En esta misma Universidad, años atrás, se había licenciado en Economía mientras cuidaba de sus primeros tres hijos, pues se había casado muy joven -todo, de hecho, lo hizo siempre muy joven-. Permanentemente al lado de su esposo, conoció el inestable mundo de la política y la rueda de su moira. Por su propio mérito, conoció también el éxito profesional en el campo de la publicidad en la prestigiosa agencia Leo Burnett.


Varios profesores de la UFV, en Heidelberg, durante el programa de Becas Europa de 2012
Precisamente cuando estaba en lo más alto de su carrera, optó por dar un cambio a su vida y orientarla a lo que, desde años atrás, le parecía ser lo esencial. Su marido lo expresaba así en en una misa en su memoria: “Irene decidió que quería ser amiga de Cristo e hizo todo para lograrlo”. Fue entonces cuando comenzó el estudio de las Humanidades, con la intención de reconducir su vocación hacia la docencia universitaria. Impartió clases de creatividad y liderazgo a periodistas, publicitarios, diseñadores y artistas; y formaba parte del equipo de mentores para la formación integral de los alumnos. A esta labor docente, en el aula y en el despacho, dedicó largas horas, mucho de su mejor esfuerzo y todo el cariño que ponía en todo.

Una de sus inquietudes profundas era comprender cómo la fe puede, y en qué medida, iluminar el sentido de la propia existencia y llevar a plenitud los deseos más hondos del corazón humano. El estudio de C.S. Lewis -y de “los innumerables otros” que vinieron con él, como Newman, Guardini, Von Balthasar y el propio Ratzinger- le ayudó a poner palabras a sus propias vivencias e intuiciones. Comenzó entonces a elaborar una antropología del deseo, de la imaginación y la esperanza que intentaba mostrar cómo, al menos en el caso del autor de las Crónicas de Narnia -y, sin duda, en el suyo propio- la “inteligencia de la fe se hacía también inteligencia de la realidad”. Su cristalina honestidad intelectual se resistió siempre a las soluciones superficiales y a las tentaciones del fideísmo y del racionalismo. Con una actitud existencial y dialógica buscaba verdaderamente el encuentro entre la fe y la razón. La suya, acerada, incisiva y muy creativa, nutrida por una acrisolada fe y cada vez más madura, le permitía descubrir la belleza de la verdad y el bien y quedaba arrebatada por ella.


Cena con algunos compañeros de doctorado
Tras la alegría de dar a luz a su hijo Juan, asistió por última vez al seminario de doctorado. Se discutían las primeras páginas de Gloria: una estética teológica, de Hans Urs Von Balthasar, su meditación sobre la belleza y la “forma estética” de la fe cristiana -que es la gloria de la cruz-. Con sencillez y entusiasmo, Irene apuntó que lo que el teólogo afirmaba llevaba necesariamente a vivir la cruz de Cristo y que el único modo de entender que la cruz y la gloria son indisolubles con una nueva y superior belleza es estar atravesados de un amor tan grande, tan pasional, tan verdadero y tan vaciado de sí mismo, que, en medio de su entrega, todo lo transfigura y lo hace eterno. Pero que era necesario recorrer a fondo el camino de lo humano, con todo su amor y su dolor, con todos sus deseos y esperanzas, para poder captar y acoger la grandeza de lo divino. Más aún: que desde Cristo esa grandeza divina estaba contenida -encarnada- en la entraña misma de nuestra existencia humana y lo que había que hacer era contemplarla, sacarla a la luz y vivirla con toda intensidad y entusiasmo, hasta el fondo. No eran sólo palabras: su vida estaba condensada en lo que decía y dos días más tarde comenzaría a mostrarlo de otro modo.

El sentido de la fe de Irene no fue nunca una huída del mundo. Al revés: generaba en ella un vivo interés por nuestra existencia en esta tierra y su sentido. Algo de esto puede verse en el blog que mantuvo durante unos meses. Su mismo título -“Vida pública, pasen y vean”- indicaba ya la integración que creía necesaria entre el ámbito privado y público de quienes no sólo forman parte de una comunidad, sino que son también de algún modo sus referentes. La misma inquietud aparece en el artículo que le publicó el Club Chesterton de la Universidad San Pablo CEU recientemente, en las actas del congreso dedicado al escritor inglés el año pasado.


En el desierto de Judea, durante unos Ejercicios Espirituales en 2011
La fe de Irene iba siempre envuelta en una gozosa esperanza respecto de todo lo humano, en su vida y la de los demás, una esperanza sonriente, alentadora. Y contagiosa. El fundamento de esa esperanza y de esa alegría, de todo su entusiasmo lo señala ella misma en los papeles inacabados de su tesis, al comentar un texto de Lewis sobre el deseo, el gozo y la belleza -algo a lo que el autor llamaba Joy-:
“Así, ‘ser parte de algo’ es mucho más que ‘poseer ese algo’ y desde luego trasciende un deseo personal autorreferencial. Estamos, dice Lewis, viviendo fuera del mundo al que pertenecemos, pero la luz de la fe nos permite adivinar cuál es ese otro mundo y cuál es el camino que conduce a él. Estamos llamados a percibir y caminar por la naturaleza de este mundo que refleja limitadamente el esplendor de esa segunda naturaleza a la que estamos llamados a pertenecer. El verdadero deseo sólo se colma en la única fuente. Esta es la respuesta cristiana a la experiencia de Joy de Lewis: ‘The whole man is to drink joy from the fountain of joy’”.

Si esto es verdad, como ella creía, y lo es, entonces, según la paradoja del Evangelio, quienes ahora la pierden, ganan hija, esposa, madre, amiga, maestra. Ellos pueden dar testimonio de que Irene bebía en abundancia de esa fuente y, generosa, daba de beber de ella a todos los que se le acercaban. No dejará de hacerlo ahora que la contempla cara a cara.

Sus compañeros de Doctorado
Universidad Francisco de Vitoria

  • BLOG DE DEPORTES

    Nacho Martínez

    Piqué, tú no eres la víctima

    pinga02 728x90
    Síguenos en Facebook y Twitter
    © 1997-2024 AGD y LaSemana.es
    ¿Quiénes somos? | Contratar publicidad