Opinión  La Semana que vivimos - Del 18 al 24 de diciembre de 2000 - Número 187  

SIN CONCESIONES

Feliz Navidad, otra vez

Pablo A. Iglesias.- Aquel día me senté frente al ordenador. Sentía ansias de desear un futuro de paz y felicidad a todos los lectores y redactores de La Semana que vivimos. Pero mi interior escondía una preocupación. Los ojos observaban de refilón el porvenir del País Vasco. Mis dedos pulsaban al ritmo de un rezo cada letra del teclado. Rogaba a Dios por la libertad de Euskadi. Rogaba por la piedad de los asesinos. Rogaba, sobre todo, para que el terrorismo no causara más víctimas. De aquello, hace ahora un año. Desde entonces, ETA ha matado a casi una treintena de españoles.

1999 queda ya muy lejos. Pero mis oraciones persisten aquí cerca. Tanto, que son las mismas. Y, posiblemente, tampoco variarán al año que viene. Ni ETA ni EH están preparadas para abandonar la violencia. Nacieron con ella y con ella morirán. Resulta cómodo y barato. La extorsión del impuesto revolucionario sustenta a demasiadas familias etarras. No se trata únicamente de desarticular los comandos. También hay que destruir sus guaridas y sus respaldos, de todo tipo. Unos y otros son culpables en mayor o menor medida.

El 2001 está a punto de comenzar. De nuevo, me siento frente al ordenador . Esbozo sobre la pantalla mis anhelos para el nuevo siglo. La conquista del espacio aún queda lejos. La Tierra tiene todavía problemas más graves que solucionar. Y uno de ellos reside en el País Vasco. Solventarlo es responsabilidad de todos. Algunos países de la Unión Europea por fin son conscientes de ello. Quieren luchar contra ETA a través de la Democracia y la Justicia. España ya no está sola. ETA sí. Millones de personas reclamamos la Paz. Y seguiremos gritándolo año tras año: en el 1999, en el 2000 y cuántos años haga falta.


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